Octubre, vacas y feria

En Caso llevan más de cien años vendiendo vacas. Pero ojo. No las mismas. Distintas cada año. Bueno, y tampoco distintas del todo. En realidad hay una, la Mariposa, que estuvo cinco años participando y no había manera de venderla.

La Mariposa era roxa y tenía, como todas las vacas de raza casina, el pelo un poco más claro alrededor de los ojos, del morro y  también junto a las pezuñas. La punta de la cola era de pelo negro. Los cuernos afilados y los ojos redondos. Hasta ahí, todo normal. Una vaca casina de libro. Las peculiaridades de La Mariposa aparecían cuando te ponías a observarla más de cerca y sobretodo cuando la conocías. A La Mariposa, que se llamaba así porque el flequillo que le salía entre la cornamenta tenía forma del insecto, en realidad le faltaba un ojo y Mariano, su dueño, le había puesto un parche pirata. Además, nuestra vaca protagonista tenía los cuernos torcidos, pero no un poco, no. Tenía un cuerno apuntando al cielo y el otro al suelo.  Taras que Mariano achacaba a las veces que, de xatina, La Mariposa jugaba a pelearse con los perros de la casa que tremendas heridas se hacía y hasta se colaba en la cocina de la casa para pedirle a Rosita, la mujer de Mariano, la ración de comida del día.

-Esta vaca cree que ye un perro, Cisco, te lo digo yo y así, ye imposible facer algo de ella. Y yo tengo que véndela, nun me voy a quedar cuidando de estixotre. Mariano, que dios lu tenga en su gloria, la tenía consentida, pero yo no, Cisco. Yo no. Además, bajo paLaviana a vivir con la mi fía y hay dos opciones, o se comporta como una vaca normal y la vendo o la mato. ¿A ti te parez normal esto? Que llevo cinco años intentando venderla en la feria y no la quiere nadie y mírala que arte…–le había dicho Rosita a Cisco, el güelu de Pablo el día que el guaje y su amiga María habían subido a Pendones a buscar los quesos que, cada año, el paisano bajaba a la barriada.

Mientras la vieja hablaba, María y Pablo desayunaban los manjares que la señora de la casa, viuda de un amigo de Cisco desde los tiempos de la mili, sin dejar de mirar para la vaca. La Mariposa totalmente a su bola, dormía junto a la cocina de carbón ocupando la mitad del suelo de la estancia. Imposible moverla. Roncaba como un auténtico perro.

-Yo te la compro… -había dicho en un alarde de valentía Cisco acordándose de lo que su amigo Mariano apreciaba a la vaca. Y los ojos de los pequeños se abrieron mucho más. Nadie dijo ni mu.

El güelu de Pablo consiguió un buen tratu por La Mariposa. Al fin y al cabo Rosita tenía tantas ganas de deshacerse de ella que hasta hubiera pagado para que se la llevaran.

Y así fue cómo se vieron Cisco, Pablo y María, bajando a 10 por hora por la carretera de Tarnacon La Mariposa, que hasta sonreía, atada al parachoques del Seat 127 azul pitufo del paisano.

De repente, frente a ellos, a lo lejos, al encarar El Campuse intuyó un tumulto de gente y de ganado. Cientos de personas y miles de vacas, toros, novillas, xatos llenaban el recinto ferial. La única oportunidad de La Mariposa de buscar otro hogar en el que vivir feliz. Otro Mariano que la mimara y la dejara dormir en el suelo de la cocina.

-Seamos sinceros… -dijo de repente Cisco frenando el coche- No podemos llevar a esta vaca a la Barriada. Así que, guajes, ¡hay que venderla! Porque la otra opción ye el mataderu y yo… no puedo hacerle eso a Mariano que en paz esté.

Pablo y María miraron para atrás y vieron a La Mariposa ajena al mundo. Ellos también le habían cogido cariño. “Había que venderla”.

Y si, claro que la vendieron. La vendieron después de mucho bregar y vocear e intentar convencer a casi todos los ganaderos del Alto Nalón.

Aunque en realidad no fue un ganadero el que la compró. Fue una “hippie”, de nombre Camomila y habitante de una cabaña en algún punto perdido entre La Felguerina y Caleao encantada con la promesa de que esta vaca pulcra, dormilona y que en realidad se creía perro, le diera calor junto a la cama. Y bueno, en realidad tampoco es que se la vendieran a Camomila. Cisco se la regaló a la hippie con la promesa que, cada año, subiría a verlas antes de que empezara a nevar.