J de Jaula

Así a priori Suso Silva tenía muy pocas oportunidades de ser un héroe. Él era más de heroína. Pero sin saberlo, Suso Silva, para María y Pablo fue un héroe dos veces en su vida. La primera en la escombrera (también vertedero) de la barriada donde él pasaba más horas de las que tenía el día y donde los pequeños jugaban al fútbol sin descanso hasta que la oscuridad no dejaba ver ni el balón.

-¡Ni se te ocurra tocar eso! –le gritó un día a María cuando vio que la pequeña se agachaba a coger algo del suelo para apartarlo y colocar allí la portería de la próxima pachanga. María frenó en seco porque Suso le daba bastante miedo,  siempre con esa mirada perdida y siempre protagonista violento, más de una y mil ocasiones, de los llantos de su madre Pilar, que vivía en el mismo bloque que María y Elvira.

-¡Suéltalo, guaja! Que eso ye mío… -volvió a gritarle. Y María y Pablo sin tocar  nada salieron corriendo, despavoridos.

Dos días después Suso llamó a la puerta de casa de María. Le abrió Elvira.

-¿Qué te pasa, Suso?

-Esa neña tuya, Elvirina, has de decirle que no se toque las jeringuilas del suelo en la escombrera, que ya sabes…

Elvira invitó a Suso a pasar y a tomar un café que él declinó.

-Pero si tienes algo de dinero… Eso sí. Cien pesetines me sirven…

-No te voy a dar dinero, Suso. Y lo sabes, así que o un café o un bocadillo o una conversación.

María, escondida en su habitación, no escuchó la conversación ni vio si Suso se tomó, finalmente, el café y el bocadillo que le había hecho Elvira. Pero aprendió que las jeringuillas del suelo no se tocaban nunca, bajo ninguna circunstancia, aunque la circunstancia fuera colocar bien una portería de fútbol de la próxima pachanga.

J_ de la A a la Z

La segunda vez que Suso se convirtió en un héroe para los niños fue el día que se cerró, definitivamente, el Pozu. El ambiente estaba caldeado porque la clausura de la mina coincidió en el tiempo con unas huelgas muy duras que habían llenado las cuencas de guardias civiles, de lecheras, de botes de humo, de un aire irrespirable a derrota. El día que se cerró, definitivamente el Pozu, María y Pablo escucharon en el chigre de Casa Eloína que la policía iba a ser la encargada de cortar con una radial el cable de la jaula, iba a tapiar la boca del Pozu con cemento armado y todo se iba a hacer con un despliegue de medios policiales desconocido hasta entonces en la zona. Para “evitar revueltas”, habían escuchado decir. Diez, veinte, cien… en 127 agentes apostados en la plaza del Pozu, María y Pablo dejaron de contar. Los pequeños, como muchos de los vecinos de la barriada, se habían apostado en un prado cercano al Pozu, una atalaya desde la que se veía la caña, la jaula, desde la que muchos días los niños habían ido a ver salir los relevos de mineros con los cascos puestos y las luces encendidas. El sonido de la radial dejó en silencio al barrio y la atalaya. Era el sonido de esa derrota que hacía el aire irrespirable.

Por eso cuando Suso Silva irrumpió corriendo por la plaza del Pozu y sorteando policías llegó hasta el cable de la jaula, y burlando al despliegue policial, nunca visto hasta entonces, se encadenó a la percha de la jaula con el grito de: “Ni se os ocurra tocar esto”,Suso Silva pasó a ser un héroe para María y Pablo por segunda vez en su vida. Un héroe con dos costillas rotas de los palos que llevó allí mismo, un héroe que al pasar en camilla por delante de la atalaya desde donde los vecinos veían la derrota levantó el pulgar, sonrió sin dientes y susurró un apenas inaudible: “Creo que vais a tener que dame más de cien pesetines por esto”. Y por eso Suso Silva dejó de ser Suso y se convirtió también, ya para siempre, en El Percha. El yonki que enseñó a la barriada que les podrían quitar muchas cosas con una radial, una tapia de cemento armado y un despliegue policial nunca visto hasta entonces, pero no el orgullo, que era suyo. Que era lo único ya que le quedaba.