B de barricadas

Texto: Aitana Castaño. Ilustración de Alfonso Zapico

Bajó la vista hacia el papel que, bocabajo, contenía las preguntas del primer examen de selectividad al que iba a enfrentarse en su vida. El de Historia. María esperó dos segundos. Dio la vuelta a la prueba y sonrió. Buscó dos filas atrás la mirada amiga de Pablo, su compañero de Instituto, y también su vecino de barriada. Y también “Pablo”, el hijo de Dulce, prima y amiga de su madre Elvira. Pablo, el de siempre, le devolvió la sonrisa. Y esas sonrisas de ida y vuelta fueron para los dos las segundas caricias del día. Las primeras se las habían dado sus madres antes de ir a trabajar para desperarlos. Les habían dado dos besos en la frente y les habían deseado buena suerte.

Las siguientes tres horas desde que sus madres se fueron, comenzaron en casa de María y Pablo pocos minutos después con un estruendo que, ese sí, los sacó de la cama.

contra_junio

Se asomaron a la ventana aún con legañas y confirmaron las sospechas que rondaban el barrio desde hacía semanas. Los mineros se habían puesto en huelga. Un humo poderoso sobrepasaba los árboles. Eran las barricadas. María pegó un salto. Pablo se frotó los ojos. El examen de selectividad se celebraba en tres horas y tenían que ir a Oviedo. ¡Mierda!. Los dos se dieron cuenta de que pensaban lo mismo cuando subieron al taxi de Gerardo, el encargado de llevarlos a hacer el examen de acceso a la Universidad. A ellos y Laura López, otra guaja de la barriada.

-¿Crees que vamos a llegar, María? Yo creo que no-apuntó Pablo nervioso cuando entró en el coche.

-No seas gafe, Pablín…-respondió María.

Laura no les escuchó, enfrascada en los apuntes de Historia.

Y llegaron sí, pero no fue fácil. Estuvieron a punto de no llegar al temido examen al menos en tres ocasiones. Las dos primeras en sendas barricadas que cortaban el paso del tráfico. En ambas, Gerardo llegó a un acuerdo con los mineros para que los dejaran pasar. Y pasaron. En un movimiento coordinado los paisanos abrieron un pequeño paso entre el fuego y los dejaron seguir su rumbo. En la segunda de las barricadas el tío de Pablo se asomó a la ventana.

“A guaje, más vale que apruebes, mecagontumadre”, fue todo lo que dijo el hombre. Los demás se echaron a reír. Menos Gerardo que, al volante, mordió el cigarrillo que tenía apagado en la boca y aceleró sin miramientos.

“Más vale que aprobéis los tres, mecagondiós, que me estáis costando la vida”, terminó musitando el taxista al encarar el tercer escollo de la mañana. El más difícil. Porque traspasar la frontera policial para encarar la autopista le costó al taxista una buena bronca y un año de taller gratis para el capitán de la Guardia Civil.“No os mover de aquí”, les había dicho Gerardo antes de salir del coche y caminar hacia la policía que lo apuntaba con pistolas de bolas de goma. La cosa estaba más caliente de lo que ellos pensaban.. El taxista lo resolvió como pudo y hasta se saltó un par de semáforos a la entrada de la ciudad para que los chavales llegaran a tiempo. Frenó en la puerta de la Facultad de Derecho.

-Os espero en el chigre.

-¿En cual, Gerardo?

-Buscaime, no habrá tantos, rediós… -había respondido antes de acelerar y dejar a los tres con la palabra en la boca.

Lista por orden alfabético.

Entrega de los carnets de identidad.

“Vayan entrando”.

Y examen bocabajo.

“Ya le pueden dar la vuelta”.

María apretó el bolígrafo azul y sonrió antes de ponerse a escribir la respuesta a la primera pregunta de la prueba de Historia de selectividad: La Revolución Rusa.