Cuencarentena: Marzo

La campaña de vacunación en la barriada llegó como la primavera para sacar a la luz varios secretos de los vecinos. Para empezar, la edad de Joaco, que al ser convocado en el Centro de Salud en el primer llamamiento, no tuvo más que reconocer que ya había superado los ochenta años.

-Eso estaba claro.  A ver si solo voy a cumplir años yo en esti pueblu,  rediós, que cuando yera neña, ya andaba este manguán por aquí de pantalón largo y cargado de “bilcrim” -sentenció Petro antes de recordar que ningún médico  se había comunicado con ella. – Yo, de años, ando como Norma Duval, ni más ni menos.

La inyección contra el coronavirus le llegó a Joaco para revelar su “horquilla de edad” y también para hacer tambalear los cimientos de su pensamiento antivacunas.

-Eso no sirve pa na. ¡Pero si no lo probaron! ¿Ellos qué saben? La CIA va a ponenos un microchip y tenenos localizados 24 horas al día 365 días al año. ¡El que avisa no es traidor! -gritaba en el descansillo ante la desairada mirada de sus vecinas. Petro volvía a sus ya clásicas sentencias para apuntar lo que todos pensaban:

-¡Y pa qué concho iben a querer saber de ti tou el día los de la CIA, cantañamanas! ¡Si lo único que queremos toos ye quitate delantre!

Antes de marcharse, con tono dolido y su ropa de domingo para ir a vacunarse, Joaco respondió:

-Tú antes no eras así, Petronila, tu antes eras un colibrí de Ucrania.

En un primer momento, la interpelada se vio animada a contestar y entablar una de las ya míticas discusiones de escalera en la barriada, pero después pensó que “colibrí de Ucrania” era lo más guapo que le había escuchado decir a Joaco en muchos años. Así que se giró y miró a Flor, su vecina (a ratos enemiga) de la escalera.

-¿Y tú qué? ¿Piensas que nun te vi ya cuatro tardes en el tendal coincidiendo sospechosamente con el fiu  La Chata? ¿tienes algo que contarme vecina? ¿Ya te tas olvidando del tu hombre?

Florina no se daba por aludida.

-No sé de qué me hablas, Petronila. ¿Pero tu las tardes no te las pasas viendo Sálvame? ¿Ahora qué ye que prefieres mirar por la ventana porque ta más entretenido, eh? Esta semana te voy a llamar Lidia Lozano.

Tras responder, Flor apartó a su vecina y recordó que tenía que ir a quitar la ropa, que seguro que con el sur que había tirado, se había secado ya y después, claro,… pues sí, estaba el fíu de la Chata. ¿Y?

El que fuera su primer novio en tiempos en los que existía la posibilidad de que algo fuera lo primero, ella y Rafael se habían despedido había muchos siglos en la estación de tren. Él vestía de militar porque se iba a la mili, sí. Y vaya si fue. De hecho, al desertar, en realidad se podría decir que técnicamente seguía en ella, sin licenciar. De Canarias, su primer destino, se fugó a Montevideo y de ahí a Nueva York. Cuando el pasado mes de febrero apareció, después de casi cincuenta años y peinando canas, Flor no le pidió ni una sola explicación. Tampoco es que ella quisiera contar su vida que constaba de un matrimonio feliz (esto era así) y tres fíes bien curiosas y listas a cuestas. Bueno, listas y curiosas las dos primeras. La pequeña que  había vuelto de Londres tras quedarse al paro (de los tres trabajos que tenía) le daba más guerra. Ahora decía que se dedicaba a “crear contenido”, que Flor no quería ni preguntar, porque solo se le ocurría:

-¿Pero para llena el qué fía?

En ella, en la chavala, y en Rafa iba pensando cuando se los encontró hablando en el tendal. Miedo.

-¡Mamá! ¿Conoces a Rafael? Le voy a entrevistar para el podcast, vivió en Nueva York y me lo va a contar todo.

-¿Todo? -respondió Flor con más voz de pito que la que hubiera deseado.

Su hija no la escuchó. Rebuscó en su bolso y le entregó un sobre a su madre.

-Es del ambulatorio. Ye pa que te vacunes ya. ¡Qué bien, mamá! Así ya vamos a poder abrazarnos todos…

Flor miró a Rafa, y no quería pero lo miró.

-¡Qué bien!-añadió el hombre con una sonrisa y repitió las palabras- Ya vamos a poder abrazarnos…