Atlas de Geografía Minera: De ida y vuelta

Esta es una historia ficticia, como casi todas las que escribo aquí, pero tiene varios protagonistas que son verdad o que lo fueron. Dejo a vuestra imaginación, a vuestros sueños o esperanzas la elección.

Casi todos los días Pilar pasa por delante del colegio San José de Sotrondio. Lo empezó a hacer hace poco cuando vio en las noticias de TPA que el centro, cerrado desde que acogiera a unos refugiados ucranianos hace un par de años, volviera a abrir sus puertas para recibir a unos chavales, también inmigrantes pero estos más pobres y de piel más oscura. Y no es que el colegio le pille de camino a nada, la verdad. Si acaso del Economato pero hasta para eso tiene que desviarse un poco. Lo hace de buen gusto y no se queda mirando para el patio porque le da vergüenza pero ralentiza el paso para ver si encuentra alguna sonrisa, alguna mirada que le diga que esos chavales, tan esbeltos como jóvenes, están bien.

Parece que sí, muchas veces se ríen mientras juegan a futbol, ajenos a que muchos los usan como arma arrojadiza. En otras ocasiones a su lado se encuentra alguna de las chavalinas que trabajan en el centro como… Pilar no sabe, pero se imagina que lo hacen como trabajadoras sociales, como traductoras, como asesoras… Algo así debe de ser. También a veces ve entrar a personal de la limpieza o de mantenimiento. Todo en orden en el colegio San José. Ninguno de ellos lo sabe, pero todas las noches Pili les tiene en sus oraciones a la virgen del Otero: “Por todos los que están en el Colegio San José, cuidalos como si fueran los tus fios”, dice. Y ella no lo sabe pero su güela Ramona, que fue la que le inculcó la fe por la patrona de Laviana al ser ella criada en La Pontona, hacía lo mismo 80 años atrás.Se ponía de rodillas en la cama antes de meterse a ella las pocas horas que dormía y decía: “Virgencita, cuidalos”.

Y en ese “cuidalos” iban dos de sus hermanos que con apenas un hatillo cada uno hacía ya meses que se habían ido a la Argentina a buscarse la vida lejos de unos hombres que no habían tenido suficiente con matar a su padre que ahora les hacían a ellos la vida imposible, como si no fuera bastante con la pobreza, con los callos de las manos y los pulmones ennegrecidos.

De sus dos hermanos Ramona no tuvo noticias durante largos meses. No supo, por ejemplo, que el billete que se compraron con tanto esfuerzo era en una bodega con olor a vómito. Ni que Carlos, el mayor, perdió un ojo en la travesía por una pelea con un marinero que quería propasarse con una chica que viajaba sola. El chaval quedó bizco, pero ganó un beso, su primer beso y en la soledad de un océano donde aún faltaban varios días para ver tierra, eso le fue suficiente para tener fuerzas y llegar a Buenos Aires donde le esperaba, y esto sí que es una vuelta del destino que nadie vio llegar, un trabajo que por primera vez en la vida no era de minero si no de portero de un centro al que todo el mundo en aquella gran ciudad llamaba “Padres Bayoneses” pero que en realidad se llamaba Colegio San José.