Y de yonki

Los guajes de la Barriada estaban convencidos de que a Cañón se le llamaba así porque era “carne de cañón”. Al menos eso era lo que repetían las madres y las abuelas de todos cuando se referían a él: “El fiu de Clementina ye carne de cañón”. Pero no, Cañón le debía su mote a los cañonazos que metía en el fútbol. Unos punterazos que lo habían hecho merecedor del premio Pichichi de la liga interna entre pozos de la Hullera durante dos temporadas.  Título, el de delantero goleador, que compaginaba con el de picador del Pozu Venturo. Uno de los mejores. Eso fue durante un tiempo, hasta el día en el que Julio Feito, que así se llamaba la estrella minero-deportiva, se fue de fiesta a celebrar alguna victoria y alguien le ofreció un pico y  su estrellato toco fin. En solo instante pasó de ser una estrella a un yonki.

Pablo y María recordaban poco de Julio Felito héroe y todo del Cañón yonki. Recordaban las broncas que, cuando pasaba el mono, montaba en el barrio; el miedo que le tenían cuando lo veían acercarse, las jeringuillas y la noche en que la policía lo vino a detener acusado de varios robos en la zona.  Ese día, de verdad, en el barrio todos respiraron tranquilos por el arresto del Cañón, aunque lo cierto era que en el ambiente sobrevolaba la tristeza colectiva. El Cañón era uno de ellos y lo habían perdido. Delante de todos se había convertido en un yonki y no habían sabido ayudarlo. Elvira, la madre de María, lo rumiaba muchas veces. “No lo vimos venir o no quisimos. Pero le dimos la espalda y ahora míralo. En la cárcel. Seis años le han echado. Uf. Y como está la cárcel con las drogas…”, le había escuchado decir María a su madre por teléfono.

Fueron seis años que pasaron en un suspiro hasta la tarde que, en el parque, un rumor sembró el caos:

-El Cañón ya salió de la cárcel. Tá aquí…

La  intranquilidad invadió el parque infantil durante varios días. En seis años, Julio Feito, sin saberlo, se había convertido en un malo de película dentro del imaginario juvenil de la barriada y cada poco se corría el rumor de que en realidad estaba en la cárcel por asesinato.Sí, señores,  “El Cañón” era un asesino que había matado a dos, cuatro o seis hombres, dependiendo del año en el que su leyenda circulara.

El tema de la intranquilidad no mejoró nada cuando comunicaron a los niños que a partir de entonces el Cañón seria el entrenador del equipo alevín de futbito mixto del Colegio. En el entrenamiento de debut del nuevo míster , como si de un virus espontáneo se tratara, seis niños no acudieron a la cancha aquejados de un repentino dolor de barriga. Pablo y María sí fueron. Pero obligados por sus madres.

-Vais a ir porque Julio es amigo nuestro y… se merece una segunda oportunidad… -habían sentenciado completándose la frase.

-Buah, flipo en colores con que nos vaya a entrenar un asesino… -comentó María camino del campo. Ya en formación, frente a El Cañón, María y Pablo no podían ocultar su desazón por tener delante al mayor criminal que había dado la barriada.

-Pues yo se lo voy a preguntar… -susurró María-Quiero saber a quién mató.

-Por favor, María, por favor te lo pido. No. –suplicó Pablo.

Feito miró para los niños susurrantes.

-¿Hay algo que quieran ustedes compartir en voz alta? –les dijo el hombre que, así de cerca, se le veía la cara llena de surcos.

-Es usted… es usted… ¿Un asesino, señor El Cañón? –habló María temblando. Pablo cerró los ojos. Para sorpresa de todos Feito se echó a reír.

-No, prenda, no. Yo solo soy un exyonki. –aseguró revolviéndole el pelo. La idea que años antes les habría aterrado, tener al Cañón  delante, de pronto les pareció a todos fantástica. Y aunque la leyenda de sus crímenes todavía pulula por ahí de vez en cuando, Lo cierto es que Feito resultó ser un entrenador de éxitos. A María se la ganó ese primer día, cuando. Feito votó la pelota que tenía en su mano, se volvió hacia el mermado equipo y dijo:

-Ya me han dicho que este es un equipo de guajas cañoneras…