C de Calorín

El calor de aquel verano dejaba corto el río para tanto niño con tiempo libre. Y las huelgas habían sacudido tanto a las familias que casi nadie se había ido de veraneo. Solo habían marchado los Matilla y los hijos de Solís, que tenían las casas de sus abuelos en León. Los demás seguían en la barriada, sin colegio, aburridos del río y de tanto verano.

-Pablo… ¿Si te digo una cosa no me la tienes en cuenta?-preguntó María mientras tiraba una piedra plana para hacerla rebotar en el agua. No le dejó responder- Creo que tengo ganas de empezar al Colegio.

-Puf –respondió Pablo.

Así que la organización, por parte de Puri la dueña del chigre de la barriada, de una carrera de artilugios artesanales le puso algo de salsa al verano, al aburrimiento de Pablo y María y a tanto calor. Se apuntaron. No en vano, contaban con el mejor constructor de artilugios artesanales a ese lado del Nalón: Cisco, el güelu de Pablo. Y sobretodo contaban con el chabolu del paisano, que estaba junto a las vías del tren (al lado del río) y que guardaba milimétricamente organizado uno de los tesoros más mágicos de la barriada: Todo lo que Cisco había ido apañando en el pozu en los 25 años que trabajó en la mina. Esto es: Rodamientos, jabón verde, toallas, monos, madera, cilindros de piedra de mil colores sacados del barrenu y sobretodo, millones de “calorines”. Aceite de mina en pequeñas dosis que le echaba a sus artilugios y los convertía, casi por magia, en caballos ganadores. Cisco se lo echaba sin miramientos a todo el patinete que le hizo a Pablo y María. No solo en los rodamientos que hacían las veces de ruedas, también en la madera del asiento o en los frenos. Era un modelo único.

“Cisco II”, lo llamaron. En honor al paisano se había dejado la piel en el invento. Pablo se había autodescartado como opción de pilotaje desde el minuto uno. María sería la encargada de hacerlo en la I Carrera de Artilugios de la Barriada del  Japón. “El GP Japón”, decían los entendidos. Nadie más en sus familias, a parte de ellos mismos y Cisco, sabían de la participación de Pablo y María en la carrera. María intentó decírselo un día a su madre mientras comían. María sabía que a Elvira no le importaba la fama de “perico” que ella tenía en el barrio, pero tampoco quería ponerle a su madre muchas pruebas. Sabía que en el fondo  la madre querría que su hija fuera más de vestidos y gimnasia rítmica, y menos de fútbol y carreras de artilugios.

De la A a la Z

Pablo tampoco dijo nada. “Total…. No se lo iban a creer”, aseguraba él levantando los hombros. Su fama de niño lector y poco dado a salir a la calle con los demás le precedían.

El día de la carrera amaneció ya con un calor sofocante. Sentada en el patín al final de la cuesta , dos minutos antes de la salida, y al ver la gravilla de la carretera a María no le pareció tan buena idea su pantalón corto.

“Preparados, listos,…¡ya!”. Y María soltó el freno tal y como le había enseñado Cisco. De un golpe seco. Dijeron días después que el patinete ganador había recorrido los 100 metros en unos sorprendentes 25 segundos. Y sí, Cisco II ganó. Aunque costó que les concedieran el primer premio porque en realidad el artilugio entró solo en meta. María se cayó a medio camino. Miró su rodilla desollada y pensó que Elvira la iba a matar. Le había comprado un vestido para estrenar en la fiesta de El Carbayu el siguiente domingo. Pablo la ayudó a levantarse y la acompañó al ambulatorio. Cisco quedó discutiendo con Puri sobre si su artilugio merecía o no el primer premio. El paisano no cesó en su discusión hasta que se percató de la piloto herida. Echó a correr hacia ellos. Miró la herida, se acarició la barbilla.

-Eso nun ye nada… trae pacá… -dijo Cisco justo antes de sacar del mono un calorín. Lo abrió con la boca y echó el aceite sobre la rodilla. “Mano de santu, ya verás”.