“El peso de las cuencas cayó, en muchos casos, sobre los hombros de las mujeres”

Aitana Castaño presenta su segundo libro “Carboneras” mientras que Alfonso Zapico “da tira” aportando la ilustración en estos relatos con sabor a mina, lucha y sororidad.

Aitana Castaño con su libro junto a la estatua en memoria de les Carboneres en Sama.

-¿Cómo os decidís a dar el paso con “Carboneras”? ¿Era una espina que se había quedado clavada tras los niños del humo?

Alfonso Zapico: Hay una continuidad temporal y emocional entre “Los niños de humo” y “Carboneras”. Aitana tenía estas historias en la recámara, y la determinación de convertir en un libro los relatos silenciados de las mujeres del carbón. De los mineros y sus luchas se ha hablado y se ha escrito mucho, pero a estas mujeres se las ha reconocido poco.

Aitana Castaño: Era una espina clavada y quería hablar, también, de mujeres que han vivido en las cuencas mineras, no solo de Carboneras. Además había otros colectivos como los comerciantes, los tenderos, el cura obrero o los emigrantes, aquellos que tuvieron que marchar de aquí bien por motivos económicos bien por motivos políticos, que en el primer libro se habían quedado fuera.

-En “Carboneras” hay una mención especial a Anita Sirgo “que tiene nombre de actriz de los años 30”. ¿Cómo os influyó a la hora de escribir este libro y qué influencia tiene en vuestra vida?

A.C.: La vida y el empuje de Anita Sirgo ha sido de inspiración para mi desde siempre. Pertenezco a una  familia vinculada al Partido Comunista desde la clandestinidad, así que la figura de Anita y de muchos hombres y mujeres que defendieron sus ideales comunistas y la lucha contra las injusticias como modo de vida siempre ha estado ahí. La historia de Sirgo, que tiene nombre de actriz de los años treinta, y su relación con las huelgas mineras de los años sesenta es muy conocida. Lideró, junto con Tina la de la Joécara, a las mujeres que se enfrentaban a los esquiroles o incluso a la policía y se mantuvo siempre firme; y sufrieron vejaciones de todo tipo como cuando después de tenerlas encerradas en el calabozo les rapaban la cabeza para mandarlas de nuevo a la calle. El ejemplo de perseverancia en la lucha contra las injusticias por encima, incluso de su vida, no solo sirve de inspiración literaria, también vital. Al menos para mi.

-Carboneras se ubica en Montecorvo del Camino. Sin embargo son muchos los lectores que empiezan a plantearse en qué tiempo situarla y en qué lugar poner el pueblo. Además, este mismo enclave pertenece al universo creado por Alfonso para sus novelas gráficas. De alguna manera parece que la historia de todos los pueblos mineros pasan por él, revolución de octubre incluida. ¿Nos podéis dar alguna pincelada más sobre este enclave?

A.Z.: Es un territorio que existe y no al mismo tiempo. Es inútil que los lectores intenten identificarlo con la Cuenca buena o mala, ubicarlo en Langreo o San Martín. Montecorvo es una construcción sentimental, nosotros somos pancuenquistas y reivindicamos las cuencas mineras como un todo común.

A.C: Puede ser cualquier cuenca minera de Asturias, e incluso, si me apuras, de España. La minería y el carbón y vivir en torno a lo que rodea a ambas cosas nos ha hecho ser muy parecidos. Montecorvo no es una capital ni es un pueblo muy grande, es un pueblo mediano, con mina, barriadas. Yo tengo que confesar que a la hora de escribir los relatos en mi mente aparecieron muchos pueblos, por ejemplo, el barrio de la Soledad que aparece en Carboneras es, en mi cabeza, las casinas del Plano de La Nueva y las Tolvas donde trabajan las carboneras, las de El Entrego, y la carretera que cruza el pueblo y que siempre parece atestada de camiones es la de Urbiés.

 -Todo el libro es una reivindicación al papel de la mujer en un mundo y un ambiente que no “estaba hecho para ellas”. Entrecomillado porque se prohibió que trabajaran en el interior de ellas, aunque documentado está que alguna entró en la mina y picó carbón. ¿Qué historias inspiradoras os han llegado en este tiempo?

A.C.: Bueno, los había que creían que la mina no estaba hecha para ellas entonces y supongo que lo seguirán pensando muchos ahora. Pero lo cierto es que el peso de las cuencas cayó, en muchos casos, sobre los hombros de las mujeres. Y no hablo solo de las Carboneras, que hacían un trabajo físico real con las manos metidas en el carbón, no. Claro que en la mina había mujeres, aunque la historia y las crónicas periodísticas no hablen mucho de ellas. Pero es que además, y esto lo entendemos muy bien en las cuencas, para estar ligado a la mina, si se vive en las cuencas, no hace falta mucho más para saber que todo aquel que vive aquí, es minero u es minera en cierto modo.

A la izquierda autorretrato de Alfonso Zapico con ‘Carboneras’. A la derecha, ilustraciones de Zapico en el interior del libro.

Porque la mina, y los mineros, también tuvieron madres, abuelas y esposas que mientras los hombres bajaban a trabajar a la mina cuidaban de la familia, de los hijos, de los ancianos, de la casa, de que no faltara de nada. Estoy segura que si cerramos los ojos todos recordamos carbón con la chapa al rojo vivo, y la ropa tendida encima, recién lavada en las aguas frías del río, que, sí, que provocaban sabañones, pero daba igual que los guajes teníen que dir limpios, ¡solo faltaba!. O esi sabor de les fariñes con la leche en el agujerín del medio y el azúcar. Las mujeres mineras de nuestras vidas nos enseñaron pues el tesón y la fuerza, pero también el sacrificio y la economía de guerra, en tiempos complicados. Y también nos enseñaron que las luchas no se perdieran a la primera de cambio.

– A destacar también es la contribución de estas mujeres en la lucha social, obrera y feminista. ¿Cuál pensáis que ha sido su contribución?

A.Z.: Hay una sororidad primitiva en la organización de estas mujeres, en su ayuda mutua y la reivindicación de sus derechos hacia fuera (frente a los patronos) y hacia dentro (en sus propios hogares). Las cuencas mineras siempre han ido por delante en las demandas de derechos laborales, y un poco por detrás en las exigencias de igualdad de género. Las que empujaban en ese caso, eran las mujeres del carbón.

A.C.: Las mujeres luchadoras de las cuencas eran las que buscaban firmas para tumbar los expedientes a los mineros en huelga, las que se encerraron en el Arzobispado para conocer el estado de varios mineros presos de los que no se sabía nada durante días, las que se enfrentaban a los policías, las que escondían en sus delantales el maíz para ir a tirárselo al suelo a los esquiroles, la manera más metafórica y menos violenta que conocemos por estos lares de llamar cobarde a un mal compañero, las que hacían un poco de pote de más para ir a llevárselo a la vecina que tenía tres guajes y al marido en la cárcel, las que poco a poco, durante años, fueron guardando pesetas para ir pagando en las tiendas las cuentas de las huelgas… Eso, si lo pensamos bien, es lo que ahora tanto nos gusta decir que es la “sororidad” como si lo hubiéramos inventado la semana pasada.  Fausto Sánchez, un histórico militante comunista de Langreo que falleció el pasado mes de abril decía en sus memorias: “Nosotros estábamos en la cárcel y nuestro mundo se limitaba a esas cuatro paredes pero ellas estaban fuera y tenían que luchar contra los que nos habían arrestado, contra la soledad y contra la indiferencia de muchos de los que vivían a su lado.”

-Supongo, que sabréis que ya tenéis las primeras malas críticas. Otra vez “sabe a poco” así que… ¿continuará la saga n’ esti universu de fumu y carbón?

A.C.: Como dice el profesor de literatura Benigno Delmiro Coto, la literatura es el único pozo que no cierra, yo añado que además tiene vetas muy buenas, y hay tajo en ellas.

A.Z.: Mientras Aitana siga picando, yo seguiré dando tira. Este pozo no cierra.