D de Dinamita

La pareja de la Guardia Civil que llamó a la puerta de casa de María hizo temblar a Pilar La Cordobesa a la que aquella semana le tocaba fregar las escaleras. Se apartó y apartó el cubo para que los dos agentes de la Benemérita subieran al segundo. La vieja se asomó al descansillo para ver cómo llamaban a la puerta de sus vecinas de arriba. “La Elvirita”, pensó, “Ya se ha metido en algún jaelo. ¿Quién la manda andar ahora de sindicalista? Si es que mira que se lo tengo dicho…”. La Cordobesa marchó corriendo. No pudo escuchar a uno de los guardias civiles, el de mayor rango, preguntarles a los dos niños que le abrieron la puerta por Carlos Abella Pena.
-No vive aquí… Vive ahí justo, enfrente-les había respondido la pequeña María que sin acabar la frase ya sintió la mano de su madre sobre el hombro.
-¿Ocurre algo, Damián? -preguntó Elvira al teniente de la Guardia Civil. A ella a esas alturas de la conversación ya se le habían pasado por la cabeza varias fatalidades. Carlos estaba trabajando, en el pozu, ella lo había visto salir por la mañana. “¿Por qué lo vienen a buscar? ¿Habría tenido un accidente? No, no, no era posible, se hubiera escuchado el sonido del turullu en el Pozu y en la calle habría más jaleo. ¿No? Sí, sí, seguro. Igual había armado alguna porque mira que se lo tenía dicho”.
-No, señora, no se preocupe. Entren los tres en casa, por favor…-les ordenó secamente el teniente Acera.
-¿Ahora soy señora? ¡Manda narices! -respondió Elvira a la vez que cerraba la puerta.
Damián Acera, el que fuera su compañero de pupitre durante todo el instituto y que acababa de regresar a la cuenca como flamante teniente del cuartel de la Guardia Civil, la llamaba “señora” y se quedaba tan tranquilo. Sintió los golpes en la puerta de Carlos y no se resistió. Apartó a María y a Pablo que la miraban con los ojos muy abiertos. “Entrar cariños, no pasa nada”. Y se encaró al Teniente Acera.
-Ni señora ni señoro, Damián. ¿Se puede saber qué pasa? ¿Qué son esos golpes? ¿Le ha pasado algo a Carlos? -gritó Elvira frente a los dos policías. El otro agente levantó el brazo para apartar a Elvira.
-¡Le hemos dicho que se meta en su casa, señora!
Pero no llegó a tocarla. Acera lo impidió.

De la A a la Z
-No se preocupe, cabo Repiso, todo está en orden. -miró a la mujer y forzó una sonrisa- No, Elvira, no se puede saber qué pasa. Los golpes es que estamos buscando a Carlos… -resopló- Y no, no le ha pasado nada. Al menos que yo sepa.
-Pues tú y tus informantes deberíais saber que a estas horas Carlos está en el Pozu y no en su casa.
Damián se quitó la gorra y volvió a resoplar. Ya habían ido al Pozu a buscar a Abella y no estaba, alguien le había comentado que estaban tras él y esa mañana no se había presentado en el tajo.
-¿Pero qué ha hecho? -insistió Elvira.
A Acera ya no le quedaban resoplidos. Iba a responderle porque, total, tarde o temprano se iba a saber. Iba a decirle el por qué de la búsqueda cuando sintió una algarabía ascender escaleras arriba. Una marabunta de mujeres de la barriada,  en la que estaba Dulce la madre de Pablo que miró a su prima Elvira interrogante, rugía encabezada por Pilar la Cordobesa y Puri, que de manera excepcional había cerrado el bar para defender a Elvirita cuando La Cordobesa llegó gritando que se la estaba llevando la Guardia Civil.
Los dos agentes acabaron acorralados en una esquina, defendidos por Elvira que hizo de escudo entre ellos y las mujeres.
-¡No se la van a llevar! ¡Antes muertas que sin Elvira! -gritaban ellas, entre otras lindezas, a los representantes del Cuerpo. María y Pablo abrieron la puerta justo en el momento en que Elvira pedía silencio para que Acera se explicara. A Carlos lo buscaban porque había robado un cartucho de dinamita en el pozu.
Los murmullos de las mujeres fueron rotos por la voz de La Cordobesa.
-¡La dinamita ye mía…! -sentenció- Le mandé al chaval que me la trajera porque tengo que tirar el muro de la huerta y mi marido no está ni se le espera ¿Ahora eso es delito? -dijo.
Era la primera vez en su vida que Pilar decía “ye”.