Atlas de Geografía Minera: El quiosco

El cuento más conocido del escritor Augusto Monterroso es también uno de los más cortos de la historia de la literatura en castellano y dice así: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Los que tenemos algo, o todo, que ver con El Entrego sabemos que hay un “dinosaurio” que estaba allí cuando nacimos y seguirá estando después de nuestra marcha. Aparece de manera intermitente en los recuerdos de nuestra vida y de la vida de los que nos precedieron y tiene forma, en concreto de reptil prehistórico del tipo Stegosaurus, ese que tiene el lomo lleno de placas puntiagudas. Si, el dinosaurio al que nos referimos es el quiosco de la música del Parque de la Laguna. Una construcción que celebró su primer siglo de historia en todo su esplendor después de una limpieza más que necesaria.

De estilo art decó, dicen los documentos técnicos que este quiosco tiene “seis columnas cilindricas, de hormigón, con sencillo capitel moldurado, asentadas sobre un zócaloo basamento de piedra. De planta polilobulada, con ojos de buey a media altura, y una puerta para acceder al interior.

Un sencillo antepecho de hierro protege la escalera y cierra el borde del basamento. La cubierta dibuja un perímetro lobulado, simulando los pétalos de una flor, entre los que destacan los remates agudos, de una cúpula ondulada, con cierto aire de pabellón oriental. En el interior se aprecia una cúpula rebajada, y en el centro se abre el cupulín, que es cilíndrico. Centra una plataforma poligonal, rodeada de un banco de piedra con pilarcillos en los ángulos”. Bueno, vale, si lo dicen los expertos será verdad, aunque podríamos discutir lo de que simula pétalos de una flor, porque nosotros sabemos que lo que en realidad forma es un Stegosaurus.

El quiosco es, más allá de una constante en nuestras vidas, uno de los lugares más fotografiados de El Entrego. No había (ni hay) boda, comunión, encuentro de amigos, Domingo de Ramos o fiestas de La Laguna, que no llene su escalinata de niños estrenando, risas cómplices, besos robados o, por qué no decirlo, también restos de algún botellón. Los hay incluso que recordamos cómo hicimos nuestros primeros amigos a su alrededor, mientras dábamos de comer a los patos con el pan que nuestras madres y abuelas habían llevado para tal fin. Esos, los patos, son los únicos que ya no navegan a su alrededor porque hace años que se eliminó el foso de agua que lo circundaba. Pero el dinosaurio sí, ese sigue allí.