David Piquero Soto. Escritor langreanu.

El buen educar (la propia persona)

 La buena educación no reside en hacer hijos perfectos ni cómo nos gustarían a nosotros que fueran. En cierta medida y en gran medida el buen entender de una educación supone aceptar en parte quien es la descendencia o supone ser, de otra manera generaríamos con el tiempo hijos tremendamente dependientes, inseguros e infelices. Y es que el entender supone un ejercicio de empatía (ponerse en el lugar del otro) y cómo me dijo una amiga en una ocasión todos somos en parte hijos de nuestro tiempo y entenderlo así aliviaría posibles problemas intergeneracionales. Pues nunca habría de extenderse los propósitos de los padres más allá de las libertades del hijo, pudiendo ser inculcados, bien, pero no deberían ser impuestos, para poder a medida que va creciendo la persona el determinar cada vez  más su propia vida. Porque crecer también implica pensar por uno, decidir, acertar o equivocarse y aceptar lo que ocurra y el responsabilizarse la propia persona de lo que concierne a uno, lo que también ayudará a conocerse y formar una identidad.

Ya que un aprendizaje propio hace a la persona más segura, independiente, consecuente, libre y feliz, lo que favorecerá poder encontrarse uno consigo mismo y la vida propia. Ya que el destino en la medida que uno lo decide aprende a decidirse, y si  además de escoger por nosotros lo hacen mal  seguramente nadie querrá responsabilizarse. Porque cómo bien dicen, los éxitos tienen muchos padres y los fracasos son huérfanos. Permítase, por tanto, ser a cada uno el mismo en la mayor integridad posible y sentirse libre y de esta forma favoreceremos el desarrollo y plenitud de la persona. Es decir, el logro de la propia persona. Y que cada río siga su propio curso.