Octubre, de gueta y sidra

-Esti añu solo falta que tengamos una invasión alienígena.

-¿Una invasión aliqué, ho?

-Alienígena, Joaco, fiu,… que vengan los marcianos.

-¿Los murcianos? ¿Pero a que van a venir aquí desde Murcia?

-Joaco, fiu, vete ya a arreglar el aparatu de les oreyes que no oyes ná. ¡Los extraterrestres, rediós!

Esta conversación entre Flor, presidenta de la comunidad de vecinos del edificio de nuestra barriada preferida, y Joaco, habitante de la misma y tocapelotas oficial, trascurrió a la par que el vientu de les castañes comenzaba a llenar de hojas la acera y que la ropa que Petro había tendido en la ventana de su casa por fin, después de dos chaparrones, comenzaba a secar. Los guajes del barrio también sintieron la fuerza del aire mientras estabansentaos  alrededor de un banco viendo a Carlinos jugar a la videoconsola en un duelo a vida o muerte con un chaval de Oviedo. En esas manos, que manejaban el FIFA 21 como si fuera seda, estaba puesta la esperanza de todo el barrio, aunque la mitad de ellos (los mayores de 30 años) no entendieran muy bien el por qué. Los chavales, en un silencio bastante sepulcral para ser adolescentes, irrumpieron de repente en un grito ensordecedor “gooooool” que Joaco si escuchó y le hizo girar la vista.

-Pues yo no sé si faen falta que vengan de fuera de esta galaxia, pa mi que ya los tenemos aquí.. -dijo señalando a la pandilla juvenil enfrascada, de nuevo, en la pantalla.

El aire comenzó a soplar con más fuerza (si cabe) y como si fuera cosa de magia, el grupo de chavales dejó de mirar para la pantalla y Joaco, sin saber por qué, se los encontró a todos mirándolo. No lo reconocerá mucho, pero tuvo miedo. Porque es de los que hablan mucho de lo que le haría y no le haría a los chavales para meterlos en vereda pero una vez los tiene delante no sabe ni hablar. Cree, de hecho, que si lo hiciera, comenzaría a tartamudear como cuando él tenía 14 años.

Flor si podía encarar a los chavales, a cinco, siete o los que hiciera falta. No en vano, había trabajado durante cuarenta años en el comedor escolar manejando con firmeza y determinación a cientos de chavales, con sus correspondientes hormonas, que la temían cuando ella los cuidaba y por alguna extraña razón, la adoraban en cuanto acababan el colegio. Flor los miró:

-¿Qué chavales? ¿Tais aburridos?

El que respondió, si lo hizo fue con un bufido, un quejido o una cara de desdén.

-¿Sabéis lo que podéis hacer? Dir a la gueta a apañar castañes y después merendámoles. Ya pongo yo la sidra -en este punto, la simple mención de la sidra hizo a los chavales renovar el interés por lo que decía Flor que concluyó-¡Venga Joaco, enseñayos a los guajes donde tan les castañes eses que traes tu tolos años tan buenes!

El paisano miró con cara de odio a Flor. ¿De verdad iba a tener que adentrarse en las profundidades del bosque con aquella manda de alienígenas murcianos llegados de otra galaxia? Tenía miedo de que le quitaran los higadillos para comprar una videoconsola. Además, le fastidiaba compartir con la chavalería el lugar secreto de sus castañas. Un trozo de camino detrás del último edificio de la barriada que hacía muchos años que ya nadie usaba, salvo él. Un lugar que cuando Joaco era guaje usaba como atajo para llegar a casa de su güela en el otro lado del monte.  Miró para los chavales, con los pelos despeinados por el aire, y se sorprendió de que unos diez de ellos le siguieran. Algo escuchó entre dientes de “mola mazo” y pensó que ya estaba, que lo iban a matar a martillazos, pero los minutos pasaban y los chavales no solo se comportaron como si fueran seres humanos normales del planeta tierra, es que hasta le parecieron mejores personas que él cuando, además de las castañas, se dedicaron a recoger la basura que había por las sebes. (Por cierto, mucha mascarilla tirada). A ver si iba a resultar que estos chavales eran majos.

-¿Y la sidra será gratis? -le preguntó de repente uno de los chicos.

Joaco, tras el susto inicial, dijo si.

-¿Y habrá bastante sidra para todos? -inquirió una de las chavalinas, la nieta de Fini la del estanco. -Ehhh, sí…. -titubeó Joaco que empezó a comprender que los jovenzuelos habían acudido en masa a la gueta por aburrimiento y por la sidra gratis. El camino, su camino secreto, estaba quedando tan limpio y apañadín que no se atrevió a decirles que la sidra era dulce. Total, yeren marcianos, a lo mejor ni cuenta se daben.