Atlas de Geografía Minera: El pueblu de Armando

Puedes ser de pueblu o puedes tener pueblu. Cualquiera de las dos opciones te va a dar momentos únicos cuando eres guaje y recuerdos imborrables cuando el tiempo cumpla con su propósito y te haga mayor. Siempre volverás a esa casa en la que pasaste los veranos y los fines de semana de tu infancia y adolescencia. No habrá semana en la que no te acuerdes del amor estival que te hizo suspirar, de las horas apalancada con tus amigos en el lavadero, las escaleras de la escuela o la fuente; y de las despedidas cuando las vacaciones se acababan, unos adioses que te enseñaron por primera vez lo que era la congoja real.

Lo de la suerte de ser o tener un pueblu bien lo supo desde pequeño Armando que era ambas cosas. Porque había nacido en un pueblo, en Entrialgo, un día de octubre del año 1853 y porque como en realidad se crió entre Avilés y Oviedo, la aldea lavianesa fue para él más que ningún otro un lugar de esparcimiento y también de inspiración. En este mes, abril, en el que se celebran tantas cosas relacionadas con el libro, vamos a subir río arriba (bajar si tas pallá de La Chalana) y pararnos en la casa natal de uno de los escritores asturianos más conocidos de la Literatura Española Armando Francisco Bonifacio Palacio y Rodríguez-Valdés, para todos nosotros Armando Palacio Valdés.

Su madre, de Avilés, era la de dinero o bueno, más bien de posesiones, y se llamaba Eduarda Valdés. Su padre, Silverio Palacio, de profesión abogado y residente en Oviedo, era el de la gestión. Ambos decidieron que el mayor de sus hijos naciera en la casa solariega que tenían en Laviana. Sin imaginar que este hecho llevaría, años después, al primogénito a escribir hasta cuatro novelas ambientadas en esta parte alta de la cuenca minera del Nalón: “El señorito Octavio”, “El idilio de un enfermo”, “Sinfonía pastoral”, y la más conocida “La aldea perdida”.

Entrialgo (que, aunque supongo que a estas alturas de la vida ya todo el mundo sabe dónde se ubica, pero por si acaso, yo lo explico, está de la que giras en la rotonda de La Chalana hacia el valle de Villoria) se convirtió en un sitio mágico para el pequeño Armando. Y su casa, que, aparte de ser lugar de veraneo, fue visita recurrente a lo largo de la vida, es hoy una joya de la memoria digna de visitar.

La Casa Natal de Armando Palacio Valdés, pegado a la carretera y al llagar que todo el mundo llama “el de Palacio Valdés” porque él se encargó de dejarlo para la posteridad en su novela más célebre – “sólo dentro del lagar de don Félix, esclarecido por un candil, departían amigablemente cinco o seis paisanos apurando vasos de sidra- está ahora cerrada (no sé si hacen visitas a demanda, espero que sí). Cuando yo la conocí, para hacer algún reportaje periodístico relacionado con el escritor o con su legado, tenía cinco salas expositivas. En ellas se podían ver manuscritos originales del autor y fotos de la época; pero también salas dedicadas a Laviana y a su evolución, o a la minería y el mundo rural que tanto llamó la atención del escritor. Y recuerdo, vagamente, que hasta se podía escuchar, gracias a los avances tecnológicos, la voz de Armando con las primeras líneas de “La aldea perdida”: “De un modo ó de otro, menester es que los de Riomontán y de Fresnedo peleen esta noche con nosotros. Ya sabéis que parte de la mocedad de Villoria y de Tolivia aún no ha venido de la siega. De Entralgo y de Canzana también hay algunos por allá. Podéis estar seguros que de nuestros contrarios no faltará uno solo. Los de Lorío y Rivota andan muy engreídos desde la paliza del Obellayo. Los del Condado están avisados por ellos y no faltarán tampoco…”. Cuando lo escribió, Palacio Valdés ya tenía cerca de 50 años, y estoy segura de que sonrió pensando en sus días de verano…