Atlas de Geografía Minera: Los Chigres

Ya hemos hablado en esta última página del periódico La Cuenca del Nalón de arte efímero, de edificios que ya no están, de pueblos, de hecho, que ya no están, de puentes, barriadas, kioscos… Hoy toca hablar de nosotros. Los habitantes de este valle y de una de las cosas que más nos gusta en esta vida: comer. Bueno dos: Comer y un chigre. Bueno venga, vale, tres: Comer, un chigre y disfrutar de ambos con los que siempre están, con los nuestros, que pueden ser familia de sangre o de corazón (tanto valen los unos como los otros). Hace unos días, al cierre de este número está terminando, fui a El Entrego a celebrar la fiesta de les Cebolles Rellenes e hice las tres cosas a la vez.

Que no ye que haga falta excusa alguna para ir a la villa entreguina a degustar semejante manjar, pero finales de noviembre siempre te da esa razón que no necesitas para hacerlo. Así tengas, como sé que hizo Covadonga Camblor, que venir desde el mismítico Londres o así sufras, como sé que lo hizo Celia, por dejar a los dos guajes con el güelu que se ve con fuerza para eso y además para sacar al perro a pasear “cuando los neños se duerman”.

A les Cebolles si yes de El Entrego se viene (no se falta) salvo causa de fuerza mayor que para un entreguín no puede bajar de pandemia mundial, advenimiento zombie o, qué se yo, que de repente le dé al tu cuñau por casarse en la otra esquina del mundo, algo por lo que, por supuesto, le guardarás rencor no menos de siete años. Eso sí, el día 30 de noviembre, por muy lejos que estés, aún te quedarán dos opciones. La primera: Es el momento de descongelar ese túper de tu madre o de tu güela (que todo el mundo sabe que hacen les MEJORES cebolles rellenes del planeta tierra) que guardas como oro en paño desde la última vez que viniste. Y la segunda, en caso de que no te hayas podido resistir y ya no tengas el lujo en el frigo porque seamos sinceras, allí aguantó dos días, o en caso de que vivas tan lejos que es imposible llevar cebolles desde Asturias porque acabarías en la cárcel, te puedes liar la manta a la cabeza para buscar, donde quiera que estés, unes cebolles medianes, un poco de atún en lata “del rico” y tomate frito para, finalmente, seguir las indicaciones de un audio que te mandaron las mejores cocineras del mundo (tu madre o tu güela) y lanzarte al mundo de la gastronomía patria. Terminarás diciendo a tus amigos: “No ye difícil, pero dan mucho trabayu”. Y tus amigos, los que se lancen al plato por probar, las comerán para decir “pues no saben nada a cebolla”. Y tu añadirás: “Quedáronme un poco dures, tenéis que dir un día a El Entrego conmigo para probar les de mi güela”.

Les Cebolles, como lo son los Nabos en Sotrondio y como lo serán (cuando leas esta página igual ya fueron) los Pimientos en Blimea, son unes fiestes alrededor de unos fogones que son historia y memoria. Son unos festejos que huelen, saben y hacen sentir. Y son celebraciones también para presumir del orgullo que te da ver a chavales muy jóvenes liarse la manta a la cabeza para que no dejen nunca de celebrarse.

Y así, que todos podamos ir a finales de noviembre a cualquier bar de El Entrego a que se nos haga la boca agua cuando nos ponen delante el manjar. Hoy, en este Atlas de Geografía Minera nos vamos (para quedarnos) a los chigres. ¡Y qué puxa les Cebolles!