“El trabajo que estamos haciendo merece la pena, porque la gente hace que merezca la pena”

La langrena Tania Plaza es la primera mujer en Asturias que dirige un refugio de alta montaña: el Meicín, ubicado en el Parque Natural de las Ubiñas – La Mesa. De sus comienzos y su trayectoria habla con nosotros para LA CUENCA DEL NALÓN.

La langreana Tania Plaza es la primera mujer en Asturias que dirige un refugio de alta montaña.

En los vídeos que subes a redes sociales siempre dices: Salud, amor y montaña. La pregunta es: ¿cuándo empieza el romance?

El romance con la montaña empezó ya de pequeña. Al ser de pueblo siempre estuve muy vinculada con los montes y con la montaña, aunque seriamente empecé con 22 años metiéndome un poco más en alpinismo y en lo invernal. Ahí, empecé a darme cuenta que me gustaba demasiado.

¿Por qué montes de la cuenca pasaste la infancia?

Yo soy de La Formiguera. Así que salía a caminar por allí hasta Pajomal, el Mayáu Solís… De aquella iba con mi hermano y desde muy pequeñina me llevaba por los bosques. Con cinco años no andaba por la montaña porque claro, era muy neña. Después hacía las cosas que se hacen de guaje. Ir a castañes, saltar por el monte…

¿Cómo te metes en esta aventura que te acaba llevando al refugio del Meicín?

Por la afición que tenía al monte. Entamé un poco la aventura por el hecho de que me gustaba el monte y la invernal. Pero tenía un problema que era trabajar en la hostelería. Yo sabía que, con ese trabajo, solo iba a descansar un martes a la semana. Así que hablé con mi familia y el jefe. Como tenía paro, la idea era vivir un año en la montaña recorriendo Asturias. Lo que pasa que al final acabé cambiando la perspectiva y empecé a vivir en La Ubiña. Estuve allí veinte meses, con lo justo: una mesa con dos sillas, una litera para dormir, una chimenea y una cocina de gas. No tenía agua ni luz.

Como te recibió la gente de Tuiza  – que para ellos eras una neña – cuando les dijiste la idea que traías en mente… ¿Qué te decían?

Que la idea que tenía era muy guapa pero que no iba a pasar un invierno allá arriba. Que con 25 años una cosa era pensarlo, pero que luego ya veríamos. Después, cuando vieron que aguanté el verano y que ya estuve preparando la cabaña para vivir por el invierno empezaron a verme de otra manera. Que también te digo, fue lo que me valió para hacer lazos con la gente de Tuiza. Porque yo había cosas que jamás había hecho y que aprendí de ellos. Como aparejar un caballo para portear las cosas hasta el refugio.

Sin embargo, ahora, te tienen en un pedestal. La gente de Tuiza ensalza el trabajo que estás haciendo en el refugio y las personas que vienen lo hacen atraídas por los vídeos que subes a redes sociales y por el boca a boca. ¿Empieza a haber más cultura de montaña?

Hubo mucha cultura de montaña, sobre todo de la gente mayor. Ahora mismo, hay un poco de todo. Pero sí es verdad que a raíz de la pandemia el refugio del Meicín empezó a tener mayor visibilidad.

Esta zona no era muy conocida porque, normalmente, la gente que viene de fuera de la comunidad a hacer montaña van hacia picos de Europa y demás. Pero, a partir de publicitar los vídeos de la zona durante el confinamiento, empezaron a conocernos. Además, el Meicín tiene muy buen acceso y a eso anima a la gente a rutear.

¿Qué diferencia tu refugio de otros?

Al ser un refugio que no era muy conocido lo que hicimos fue promocionarlo mucho para familias. En una hora o así llegas caminando y te puedes quedar a comer pote, fabada, patatates con picadillo…La comida que preparamos cogió mucha fama.

Tania durante la entrevista para LA CUENCA DEL NALÓN.

La montaña es guapa pero muy dura. ¿Qué experiencias malas te tocó vivir allí?

Los rescates, sobre todo. Cada vez que sientes el helicóptero te da un vuelco al corazón, es como si ya tuvieras tú un radar. Y, nada más escucharlo, nos ponemos a activar el protocolo. Tenemos un helipuerto que hicimos nosotros y protección civil de Lena y cuando hay un rescate apartamos a la gente y despejamos toda la zona para que no haya nada que se vuele.

¿Y lo positivo? Que seguro que hay mucho.

Toda la gente que viene hasta aquí y que agradece el trabajo que hacemos. Y por supuesto, la gente que colabora desinteresadamente con nosotros. Muchas veces si necesitamos algo, como por ejemplo cambio, lo ponemos en redes sociales y nos lo sube la gente que viene hasta aquí. Que nos hayan arropado tanto desde el principio es muy importante.

¿Qué proyectos tienes ahora en mente?

En el refugio siempre hay algo que mejorar. Poner más placas, reponer y reparar algo. Y para eso Gummo – mi compañero- tiene una cabeza pensante muy avanzada. Él está pensando en mejorar las instalaciones de alguna manera para que la gente que venga a quedarse tenga más cosas. También tenemos alguna idea de proyecto en Tuiza, pero todo con el tiempo.

Y a ti, personalmente, que te aporta el refugio. Porque hiciste de tu afición tu modo de vida y, la verdad, dudo mucho que ahora tengas tiempo para salir a rutear.

 Sí. Desde que tengo el refugio ya no hago montaña. La verdad es que si me paso 17 horas en la cocina lo que menos me apetece luego es hacer monte. Pero sí que me aporta mucha satisfacción estar aquí. Primero, porque me siento orgullosa de que hayamos sacado adelante un sitio como éste donde no se vendía nada, ni se ponía comida a los montañeros. Y después, porque siempre llega gente con historias que te llegan al corazón. Como un chaval que después de tener un accidente de moto y estar dos meses en el hospital vino desde Palencia para conocernos y darnos las gracias por unos vídeos que para él “eran una ventana al mundo cuando estaba hospitalizado”. O una moza, que no tenía pierna, y que subió hasta aquí caminando para vernos. Luego están las asociaciones con neños que tienen problemas de salud y que también se acercan hasta el refugio. El trabajo que estamos haciendo merece la pena, porque la gente hace que merezca la pena.