Atlas de Geografía Minera: El Puente

La frontera puede ser un riachuelo encauzado por los muros de ladrillo de una antigua explotación minera, un muro que fue menguando según aumentaban las capas de asfalto a su lado y un puente que puede presumir de tener narrativa propia: El Puente de Santana. Cuentan algunos recuerdos que cuando allá en los años cuarenta los fugaos poblaban las colinas del valle, las vigas  eran el timbre que les informaba de si había o no  presencia de las fuerzas del orden y la ley en la zona. Los mineros pasaban y con el mango de alguna herramienta golpeaban el fierro. Un golpe, vía libre. Dos golpes, peligro. O quizás era al revés, los testimonios no se ponen de acuerdo en este sencillo hecho.

El Puente de Santana es en mi cabeza el episodio de un relato de perdedores que nunca se dieron por vencidos. Y en la realidad, una parte de la frontera, sin serlo, entre los concejos de San Martín del Rey Aurelio y Langreo. De la que se sube el valle en coche, en la margen derecha de la carretera, le preceden unos edificios que albergaron cuadras de mulas (dicen las voces de los abuelos en la cabeza) y alguna que otra cochera, asegura mi experiencia.  Es, ahora pintado de verde, un elemento de mi arquitectura cotidiana al que aprecio. Sigo cruzándolo de vez en cuando para subir a La Cancha, el local de la asociación de vecinos junto a una iglesia que nadie sabe muy bien a ciencia cierta cómo acabará, si caerá por su propio peso o se obrará el milagro y  aparezca alguien a arreglar el tejado.

 Un paso con historia. Si bien puedo entender que no deja de ser uno más de los muchos que hay por todas las cuencas, por toda la vida, por sea donde sea. ¿Quién no tiene un puente de fierro, colgante, flotante y de vigas tan firmes como viejas?.

 Los hay que tienen hasta barrio propio que el día que se inaugure el soterramiento no se lo va a creer. Los hay con nacionalidad inglesa, francesa, alemana. Los hay que traen y llevan al colegio, al instituto, a los recreos a la sensación de hacerlo todo por primera vez. Los hay como el de La Oscura, que ni sepultado por una mole de asfalto pierden todo su encanto. Y los hay que van y vienen a minas de las que ya no va ni viene nadie.