Mayo de flores y más…

El cónclave del portal número 7 de la barriada esperaba entre nervioso, expectante y somnoliento la llegada de su vecina más ilustre, al menos desde que la pandemia había llegado a sus vidas: María, la médica del ático. Aquella chavalina rubina, curiosina y de algún lugar perdido de Castilla a la que le había tocado ser residente en el Hospital de la cuenca y que, sin que nadie entendiera por qué (porque nunca pasaba), había elegido vivir en el pueblo,  llenaba de orgullo y satisfacción a todos. También de tranquilidad. Tener una doctora entre el vecindario nunca estaba de más. Venía tan bien como tener un fontaneru (a Iván), dos electricistas (Mariano y Rafa), una panadera (Isabel), una policía (Rosa) y Jamín el guaje del chigre que era abogado y de momento no lo habían necesitado para ningún delito de sangre pero que se daba un reprís en hacer declaraciones de la renta, que ni tan mal. Una médica en el barrio era la guinda del pastel. Aunque les había salido bastante oficialista y no había manera de que repartiera orfidales entre las vecinas por mucho que ellas le insistieran en que los necesitaban para vivir.
Sin pastillas para los nervios, la intranquilidad en aquel portal se palpaba en el ambiente. Petro entreabrió la puerta para otear la calle.

-Aquí tan estos dos…

Abrió y aparecieron frente a todos Joaco y Rafael cargados de dos ramos enormes de flores.

-¿Y esto? ¿No es un poco exagerado? Queremos tener a la médica contenta pero tanto ramo, igual con uno ya servía- apuntó Petro.

Rafael sonrió sin decir nada y le dio el que él llevaba a Flor.

-Este es para mi Flor… -dijo guiñando el ojo. La mujer se sonrojó. Desde que eran novios formales (algo que había ocurrido dos veces en su vida, la primera cuarenta años atrás y la segunda desde el primer pinchazo de la vacuna coronavírica), el amor en el portal número 7 flotaba en el aire.

-¡Después de vieyos, pelleyos! -sentenció Petro

-A ti lo que te pasa ye que tas envidiosa… -respondió Florina.

Y así, discutiendo, las encontró María, la joven doctora, que a las 8 de la mañana y después de una larga, larga, larga guardia en el hospital no entendía nada.

-Mucho madrugáis, vecinos.

Joaco, tal y como lo había ensayado, y después de mirar de reojo a las mujeres que le dieron el visto bueno, le entregó las flores.

-Esto es para usted, señora doctora.

-¿Para mí? ¿Y eso?- la chavala miró para el frondoso ramo y levantó la vista para Joaco- ¿Y desde cuando me tratas de usted? ¿Y a mí por qué? ¿Qué queréis?

Joaco reaccionó.

-Que nos cueles en la segunda dosis de la vac… -no le dejaron acabar la frase.

-¡Joaco! – gritaron todos.

-¿Colaros en qué?

-Mira, María, tenemos un plan. Este portal número 7 de la barriada necesita ser el primero en estar plenamente inmunizado porque… bueno, porque necesitamos ya tener una vida normal. -empezó a explicar Flor.

-Y convivir con el de las canas, que lo sabemos todas, que desde que volvió este, hay mucho vicio por aquí que ya no se respetan ni lutos… -interrumpió Petro.

-¿En serio, Petro? ¿En serio vas a decirme lo del luto, que llevo viuda 9 años, redios?

La mujer torció el morro y dejó continuar hablando a su vecina.

-… Y habíamos pensado que como aquí lo que se dice gente que vayamos a necesitar la vacuna solo somos seis, conque sustraigas un vial de la vacuna Fairy que es la buena y que da pa seis dosis, ya estaría. No se entera nadie, nos la pones. Y tan pichis. Que además se acaba el estado de alarma y algunas tienen que ir a ver si sigue en pie la caravana del camping de Boñar… Y no miro para nadie.

Petro pegó un bote.

-Dijimos que nada de reproches. A ver si yo no puedo decir nada del canas este… -dijo señalando a Rafael- Y tu puedes echarme en cara lo de Boñar que bien sabes que estoy muy preocupada por el estado de mi finca, que deben de estar los geranios más chuchurríos que nada.

María interrumpió aquella conversación que cada vez tenía menos sentido.

-Pero vamos a ver… ¡No puedo hacer eso! No puedo y lo sabéis…  -afirmó enfadada, tanto que hasta ella misma se dio cuenta y rebajó el tono- ¡Pero bueno, está bien que lo intentéis y que os preocupéis por la salud! Ahora solo tenéis que demostrar tanta paciencia como tesón y esperar a la segunda dosis. ¡Ala,  me voy a casa que estoy muy cansada!

Mientras subía las escaleras no pudo evitar una sonrisa que se trasformó en carcajada cuando a su espalda escuchó a Joaco.

-Ya os dije yo que teníamos que haber pedido la mala, la asturcenefa…