Cuencarentena: Enero de años nuevos

Un día matas un perro, y te llaman mataperros, dice el dicho popular. Y eso en nuestro particular bloque de la barriada lo saben bien porque hay muchos “mataperros”. Como Joaco, que hace cada año para la fiesta del Pilar una paella e invita a todo el vecindario, se pone gorro de cocinero y delantal y saca del cajón su cuchara de madera preferida y hace arroz, que, la verdad, está bueno pero si no lo estuviera daba igual porque a nadie se le hubiera ocurrido decir que la paella de Joaco sabe a rancio. Porque Joaco es un “mataperros” sí, y además como propósito de Año Nuevo ha decidido  presentarse a Masterchef. Para preparar los casting le pidió consejo a los niños del segundo que para eso “son millenial”.

-Haceime fisbul, titer y tito… ¡Lo quiero todo! ¡Necesito que Samanthavallejonajera se enamore de mi antes que de mi arroz…-dijo acercándole a sus jóvenes vecinos un teléfono móvil que los chavales se quedaron mirando ceja levantada porque no tenía ni pantalla táctil ni cámara de megapixeles ni nada parecido a internet.

Al típico concurso de cocina no, pero al certamen de Dragqueen de las Palmas de Gran Canaria se presentaría pero sin movérsele ni un pelo Flor

-¡Ay y yo feliz! Esos tacononos, esos morros pintaos, eses peluques… ¡Tengo hasta nombre de guerra, llamaríame La Torrija Dominadora!

-Pero Flor, si las Dragqueen son hombres vestidos de mujer… Tu no podrías… -apuntaba Julia, la joven médica del ático que ya ni se asustaba de que, valga la redundancia, no le asustara ninguna conversación en aquel entretenido portal donde a falta de vida social, pandemia mediante, todos pasaban las tardes con distancia, mascarilla y la puerta abierta para que corriera el aire.

-¿Hombres vestidos de muyer? A chavala, tú estás desfasada, no ves que yo fui joven cuando los “jipis” y fumé porros y bien sabe dios que hice cosas que ahora mismo no te puedo contar porque no recuerdo… a partir de los 70 yes dranqueen si te da la gana… y yo… ¡Voy a selo! Y puedes llamarme “La Torri” para acortar. No me importa. A ti te dejo.

Sí. Lo habéis acertado. El propósito de Año Nuevo de Flor era ahorrar perres, ahora que no podía ir al Bingo todos los jueves y viernes, para comprar un vuelo a Gran Canaria y pasarse el carnaval entre pelucones, taconones y morrones pintaos. “La Torri”, vive en ella. Y no hay augurio que le quite su sueño. Ni siquiera los presagios que cada 4 de enero, festividad de San Abrúnculo,  lanzaba de manera gratuita y a modo horóscopo particular, Petro, que también tenía nombre de guerra para sus labores de pitonisa, ¿o qué os creíais?. Era el Oráculo de Petros, así, en plural.
Elegía el 4 de enero no por la onomástica, que le daba igual, era porque ese día cumplía años su güela Olivia que la había introducido en el mundo de la adivinación por eso de que no se perdiera su poder  en la oscuridad de los tiempos: Petro ejercía ese poder tan solo una vez al año, ese dia de San Abrúnculo, con todo el del barrio que quisiera pasar por delante de la mesa camilla que instalaba en el portal. Por supuesto, tenía una bola (que los otros 364 días del año era una lámpara, si, ¿Y?, cada pitonisa se adecua a las circunstancias como buenamente pueda).

Así que allí estaba el Oráculo de Petros como cada año dispuesta a arruinar vocaciones, deseos, propósitos de Año Nuevo y lo que hiciera falta con su poder adivino: “tu a masterchef no vas”, “olvidate de Gran Canaria, que si llegas a Ledesma te das con un cantu en los dientes”.

Porque ella era una pitonisa de bajar a la gente al suelo y todo sin ánimo de lucro. Cobraba en especies, un kilo de comida no perecedera, y después todo a la Parroquia para los menesterosos, que cuando el cura Don José Benito le dijo:

-No puedo aceptar estos kilos de comidas que provienen de las malas artes adivinatorias que nada tienen que ver con los valores de la cristiandad que yo pregono en mi Iglesia.
Ella respondió:

-No sabe usted el daño que me está haciendo Don José Benito.
Y el párroco tuvo que recapacitar y aceptar la recaudación alimentaria del Oráculo de Petros y hasta dejó que la mujer mirara la “bola-lámpara” para ver qué le deparaba el futuro.

-No le quiero asustar, don José Benito, pero veo que viene a su casa un niño…

El silencio de la iglesia se hizo bastante sepulcral y no lo vamos a negar, todo el mundo descansó cuando a los dos días, al cura le tocó la lotería.