Cuencarentena también en Navidad

Las cosas estaban como estaban. Tocaba seguir cuidándose aunque fuera Navidad, o sobre todo porque era Navidad. Hasta Joaco, que le había costado lo suyo aceptar la mascarilla como “animal de compañía” era consciente de que este año ni comida navideña con los compañeros del Pozu, ni cena de Nochebuena en casa de las sobrinas, ni Nochevieja en La Montera ni nada de nada.

-¿Nun valdrá más morise? Porque ya si lo que nos queda ye tar solos para la eternidad -había dicho en un ataque de dramatismo sin precedentes del que fueron testigas directas Petro y Flor que no daban crédito. El paisano hablaba desde la calle hacia las ventanas en las que ellas, a su vez, comentaban el último capítulo del culebrón Pantoja. La interrupción del vecino las sacó de su discusión.

-Bueno, bueno, Joaquinín, ahora nun vayas de llorón que no te pega nada, además llevas toda la vida diciendo que como mejor se vive ye solu. ¿No? Pues ahora arrásqueslo. Además, peor lo va a pasar la Panto, que esti año, va a cenar sola en Cantora -le respondió la Petro. Flor ni dijo nada, pero puso cara de pensar que es algo que a ella se le da bastante bien y que, también es cierto, casi siempre provoca la convocatoria inmediata de una junta extraordinaria de vecinos.

La de comienzos de ese mes de diciembre tuvo un solo punto del orden del día:

-Organización, disposición y financiación de las fiestas navideñas en el edificio.
La cita era el 4 de diciembre, a las 19 horas, día de Santa Bárbara. “Claro que sí, para que no nos falte nada”, había comentado Miguel cuando vio el cartel en el portal.

La reunión arrancó en tiempo y forma y así fue como decidieron que ya que no había uniones familiares navideñas, que las hijas de Petro no podían venir, que tampoco los nietos de Flor, ni las sobrinas de Joaco, ni los padres de Miguel y Begoña,  ni Julia, la joven médica que desde hacía meses habitaba el ático, podía ir a ver a los suyos a Madrid. Viendo todo eso, la solución pasaba por: Organizar una comida en el descansillo del ático, que es el que tiene más espacio.

Sí, con mascarillas. Sí, con distancia de seguridad entre no convivientes, y si, con todas las estufas en las escaleras para que hubiera algo de calor. Los vecinos se repartieron los quehaceres. No podía faltar la decoración navideña, ni la sopa de marisco, ni los langostinos, ni el cordero, ni las peladillas, ni el turrón, ni les casadielles, tampoco los villancicos.

-El camino que lleva a Belén…. Ropopompon…. -cantaban Miguel.ç

Y Joaco liándose y haciéndose los coros al revés: “Porropopon”.

Y tampoco faltaron las videollamadas. Julia había conseguido contactar con todos los familiares de los vecinos después de muchas idas y venidas engañando a unos y a otros hasta dar con los teléfonos y a los postres, sacó el ordenador.

-Vamos por orden. Empezamos por el Primero Izquierda – anunció Julia, que continuó: Atención Petro, que esta llamada va pa ti…

La mujer miró para la pantalla y allí se encontró a su hija la pequeña, que vivía en Londres, que no había podido venir en Navidad. Hablaron un rato. Después vinieron  los nietos de Flor, las sobrinas de Joaco, los padres de Begoña y Miguel y los padres de la propia Julia que aprovecharon para dar las gracias a todos los habitantes del edificio por cuidar tan bien de su hija.

-Nun vos preocupéis, pa nosotros también ye muy prestoso tener a mano una médica, que hasta recetes nos puede pasar. Todo ganancia – había interrumpido Petro que cuando acabó la ronda de videollamadas, rompió de repente a llorar.

-¿Qué te pasa, Petro? ¿Estás emocionada? -preguntó Julia. Flor no dejó responder a su vecina y sin embargo amiga.

-Ya te digo yo que no, que esta lo que le pasa ye que ta pensando en Isabel Pantoja… ¿A que sí?
-Sí… -musitó Petro, que añadió -¡Cómo me conoces, bribona! Ye que seguro que Paquirrín no le mandó ni un mensajín de esos de gusapu.

– ¡Déjate de milongues, que la Pantoja ya tendrá quien té con ella!

-¡Ay, Florina, que Cantora ye muy grande…!

-¡Voy date yo a ti Cantora, anda! ¡Tira pa casa que hay que ahorrar fuerces pa Nochevieja! Que les campanaes esti añu vamos a tomales en los balcones.

Petro sorbió su llanto y añadió:

-Vale, pero con la 1, que ta Ana Obregón esti añu.