M de moqueta

– Joder, mamá… ¿a ti qué más te da?

Elvira miró a su hija por encima de las gafas y suspiró. No estaba preparada para llevar a solas la adolescencia de aquella niña que se parecía tanto a ella, que hasta en la manera que tenía de dilatar los orificios de la nariz cuando se enfadaba, se le parecía.

-Cariño. No te voy a dejar que vayas a Oviedo a manifestarte. Es peligroso.

-¡No es peligroso!

María respondió aguantándose las ganas de llorar de pura rabia. En el fondo sabía que sí que era peligroso. Hacía tan solo unos días que Antón, un amigo de su madre, había perdido un ojo tras llevar el golpe de una pelota de goma lanzada la policía. Jamín, un compañero del instituto, llevaba escayola después de tropezar cuando escapaba de los antidisturbios. Y a Gerardo, el taxista, una pelota de golf lanzada desde el pozu le había reventado la luna del coche cuando él iba dentro.

-No sé cuántas veces tengo que decirte que no vas a ir a Oviedo, María. Me niego a que te pase algo por meterte ahí en medio… Pudiendo evitarlo. Eres todavía una guaja, aunque te creas muy mayor. Y además ahí no pinta nada una…

-¿Vas a decir que no pinta nada una mujer?

-No iba a decir eso. Iba a decirte que me parece muy bien que no vayáis a clase, pero tendrás que estudiar algo que tienes ahí selectividad…

-Flipo contigo, mamá. De verdad que flipo.

María se encerró de un portazo en la habitación.  Miró la mochila que tenía encima de la cama. Metió: una sudadera, un pañuelo y unos playeros viejos.

-Me voy a casa de Pablín… a estudiar –gritó desde la puerta. Dejó a su madre con la palabra en la boca.

Una hora después Pablo y ella compartían maletero en el cochedel tío de Pablo. Acurrucados escuchaban en silencio las conversaciones de los cinco mineros con los que acudían a la concentración frente a la sede central de la hullera. Uno de ellos les lanzó una bolsa

-¡Guajes, a ver si hacéis algo además de estorbar, anda!. Repartir eso en montoninos de diez.

María abrió los ojos tanto como la bolsa cuando vio que dentro había petardos grandes como su mano.

-Joder… -susurró Pablo. Y ya no hablaron nada más hasta llegar a Oviedo.

-Mucho cuidado con lo que hacéis vosotros dos. No quiero escuchar a vuestras madres si os pasa algo. Ya me van a matar cuando sepan que os traje aquí. No os separéis de mi a más de dos metros. Y cuando me veáis correr, ni preguntéis. Corred como si no tuvierais piernas ¿De acuerdo?

-Sí- respondieron los dos a la vez. Se miraron. Ya se estaban arrepintiendo del envalentonamiento que los había llevado hasta allí.  Y más cuando empezaron a escuchar las detonaciones de petardos en la puerta de la sede de la empresa minera.

Años después no sabrían explicar cómo ocurrió. Porque todo fue cuestión de unos segundos.  Un sonido estridente a sus espaldas provocó una estampida. Y después empujones. María perdió a Pablo y cuando vio a todo el mundo correr también corrió. Un golpe la aplastó contra la puerta de la empresa que se abrió de repente. María cayó. La puerta se cerró tras ella y se hizo el silencio. Con su mano acarició el suelo. Alguien la levantó en volandas.

-Mira, aquí tenemos a una pequeña revolucionaria. –dijo el hombre que llevaba uniforme de seguridad. La empujó contra la pared y la sujetó por el cuello. Le hacía bastante daño.

-¿Pero qué haces, Recio? ¡No ves que es una niña! ¡Suéltala!

La mano aflojó. María se hincó de rodillas. Volvió a acariciar el suelo mientras cogía aire. El segundo hombre lelevantó la barbilla para mirarla a la cara. La chica volvía a estar enrabietada, por segunda vez en unas horas, volvía a hinchar las narices, volvía a querer llorar.

-¿Elvira?-dijo él, que de repente creyó estar en un sueño.

-No le diga a mi madre que estuve aquí, por favor… -suplicó.

-¿Eres hija de Elvira?

María volvió a mirar al suelo, le pegó un manotazo al hombre y salió corriendo de la sede de la empresa sin contestar. En la calle se encontró a Pablo que la buscaba desesperado.

-Joder María… ¿Dónde estabas?

-¿Sabes qué? Acabo de descubrir por qué le llaman a esto el Pozu Moqueta. –dijo sin dejar de correr.

Los dos rieron a carcajadas de puros nervios.

Lo que no sabía María es que también acababa de conocer a su padre.

de la A1