“No puedo ni debo ser equidistante porque formo parte de este mundo”

Nacido en Blimea y afincado en la localidad francesa de Angoulême, Alfonso Zapico es historietista e ilustrador. Recientemente ha publicado la que es su última novela gráfica que pone fin a la tetralogía de “La Balada del Norte”. Una suerte de libro donde se pone en valor la solidaridad, la lucha y la cultura minera, tomando como telón de fondo los acontecimientos de la Revolución del 34. De ello habla en esta entrevista para LA CUENCA DEL NALÓN, sabiendo que “juega” en casa y que tras las líneas de este periódico se esconden también sus compañeros.

BIBIANA COTO

Por fin llega el final de la “Balada del Norte”. Vemos, lo que está impreso… las viñetas. Pero también sabemos que hay mucha documentación detrás y muchas horas de trabajo para contar una realidad histórica. ¿Qué personas o personajes te sirvieron de inspiración?

– Con toda la documentación que encontré para dibujar los cuatro libros hubiera podido dibujar cuatro más y una docena también. No faltan las historias de la época de la revolución, de la guerra, de la posguerra… la memoria familiar de la gente de las cuencas mineras fue la auténtica inspiración para construir la saga.

-Cuándo decides ponerte manos a la obra y coger este tema histórico. ¿Qué te motiva a ello?

– En 2012 recibí el Premio Nacional de Cómic y vi llegar la “Marcha negra” a Madrid. Lo primero me dio un chute de confianza para abordar el siguiente proyecto y, lo segundo, me indicó el camino a seguir: la Cuenca minera se moría y había que rescatarla contándola a los demás. La Revolución de 1934 es la gran historia que sirve de telón de fondo para contar todo lo demás.

Alfonso Zapico, durante un momento de la entrevista.

-Durante el transcurso de esta tetralogía has creado un enclave histórico que traspasa fronteras y que es claramente identificable por cualquiera que haya estado en contacto con la minería. ¿Cómo fue crear Montecorvo y por qué un enclave ficticio?

– Fue muy práctico porque me permitió reagrupar elementos de diferentes sitios: en Montecorvo está el puente minero de Blimea, el Pozu San Luis de La Nueva, el chalet de los Figaredo, la mina Coto Musel… En el fondo todos somos lo mismo, en Barredos o Sama, en Mieres o La Felguera, en Asturias o León. Así que Montecorvo es un Macondo minero que nos une.

– Para un padre es difícil elegir hijo, pero con qué personaje de los que has creado te quedas o te sientes más cómodo.

-El más arquetípico y al que más cariño le han cogido los lectores, por muchas y diferentes razones, es Apolonio: el minero bruto y noble que refleja muy bien ese viejo mundo de los mineros de la cuenca. Los lectores identifican en él a sí mismos, a un padre, a un abuelo, a un conocido de tal o cual pueblo del Nalón. Es quizá el personaje más real de todos, porque está construido de muchas personas de carne y hueso, de aquella época y de épocas posteriores.

-A la par que se cuenta la historia propiamente dicha y se exponen los datos, se ve una interesante profundidad en personajes como el que citas, Apolonio, o la hija de éste. En ellos se ve el espíritu de lucha a través de dos generaciones. Y es que, además del acontecimiento histórico está la intención de reflejar una herencia. ¿Cómo ves ese legado minero a día de hoy? ¿Qué queda de ese legado de lucha y reivindicación tras la revolución del 34?

– Queda una herencia genética de la que no nos podemos desprender tan fácilmente. Ya no hay industria del carbón, pero me atrevo a decir que aún mantenemos la conciencia de clase, el espíritu de solidaridad, la forma de ver el mundo en colectivo. Y no sólo los que siguen dentro, sino también los que estamos fuera, lo que es bastante curioso.

– Se puede ser equidistante cuando se lleva a la novela, en este caso gráfica, una historia que en cierta medida conforma lo que somos como sociedad y como personas que hemos vivido de manera directa o indirecta la lucha minera y su fin.

– Ni se puede ni se debe; los lectores saben desde el principio que yo me siento parte de un mundo y que lo que hago es explicarlo en cuatro libros. Pero también se debe ser honesto, no acomodar la narración a unos intereses particulares, no dejar de explicar algo por contradictorio, desagradable o perturbador que sea. Así, la historia que contamos se parecerá lo máximo posible a la vida real que se vivió.

Zapico, junto a la pancarta de la entrada al Pozo Sotón.

– ¿Cómo fue el papel de las mujeres y los niños en la revolución del 34 y cómo lo traslada a “La Balada del Norte”?

-Primordial pero invisible, como ha sucedido casi siempre en la historia. De hecho, lo descubrí gracias a Aitana Castaño, porque el proceso de sus libros – sobre todo “Los niños de humo” y “Carboneras” – coincidió en el tiempo con la publicación de los diferentes tomos de La balada del norte. Aitana rescató historias que no estaban publicadas en ninguna parte, porque las mujeres y los guajes no importaban a los historiadores o a los periodistas, así que tuvo que ir a buscarlas a cada hogar, a cada familia. Es casi como picar carbón en la mina; cuesta arrancar cada veta. Aitana siempre ha sido para mí fuente de inspiración.

– Con la mirada puesta en el presente, qué herencia crees que tiene nuestra generación y qué herencia tendrán las siguientes.

-Yo soy optimista casi por obligación. En Francia hay regiones como Hauts-de-France cuya existencia ha estado ligada a la industria del carbón desde mucho antes que aquí, en Asturias. Sus minas también cerraron hace mucho, pero mantienen una identidad muy fuerte. En los descansos de los partidos de fútbol del Lens (ciudad minera de Nord) los espectadores siguen cantando “Les Corons”, una especie de himno popular minero de hace 50 años. Hay una identidad que no muere con la industria, y de hecho los territorios mineros se parecen mucho entre sí, a pesar de los 1500 km que separan, por ejemplo, Blimea de Lille.

-Acabas de cerrar un capítulo con la “Balada del Norte” pero… ya nos toca preguntar si Asturias y la cuenca minera estará presente en más novelas.

-Supongo que sí, porque la historia de la cuenca minera es un hilo continúo tejido a base de pequeñas historias y a mí me inspira mucho; así que creo que seguiré tirando de él.

– Escribir sobre lo nuestro es, ¿una deuda o una “terapia”?

-Ambas cosas: somos deudores de la tierra que nos hizo como somos, que nos forjó el carácter y nos inculcó ciertos valores. También es terapia; sobre todo, para los que estamos fuera, es una manera de estar en casa aunque no estemos. Es terapia contra el desarraigo y la pérdida de identidad.