Atlas de Geografía Minera: La cabaña y el final feliz

La cabaña era vieja y estaba llena de yerba tan seca que si hablara igual nos contaba algo de la guerra. La primera vez que entraron ya sabían que estaban perdidas y que la humilde casina de piedra iba a ser su refugio hasta que las encontraran, porque las iban a encontrar. Antes que al forraje de otros siglo vieron una rata, Rosi dijo que ella, ahí, no dormía. Eva la miró y pensó “ya  veremos” mientras daba vueltas a cómo hacer un jergón con lo que tenían a mano. Durmieron dos noches.

Las dos, expertas montañeras, habían salido del pueblu casín de Orlé con la intención de hacer la ruta del Picu Campigüeños y volver para comer “aunque fuera a las cinco y media de la tarde”. Pero un error en su caminata, del que fueron conscientes muy pronto, las hizo perderse y acceder a una canal en la que ya no tuvieron marcha atrás, uno de esos valle pedregosos y angostos que tiene el Parque Natural de Redes y que están llenos de bosques tupidos y riegas y ríos que llevan nombres como Retrancal, Requexada, Vildréu o Infierno. Ambas cosas, los árboles y  los regatos, les dieron el alimento y la bebida  necesarias para ir tirando las siguientes 48 horas. Avellanas, moras y agua que, en la segunda mañana, cuando ya las fuerzas comenzaban a flaquear quisieron imaginar que era un café con leche calentín. Cerraron los ojos. “¿Te tá prestando?”, dijo Eva. “Por la vida”, respondió Rosi a la que ya no le preocupaba a rata que nunca más volvió a ver, si no, ese afán de Eva por salir cada poco a tocar el silbato que sus hijas le habían regalado y que, casualmente, estaba en la mochila que había cogido esa mañana, que no era la habitual. Llovía por momentos y orpinaba casi siempre, a Rosi le daba miedo que su compañera se mojara y cogiera frío, se pusiera mala… ¿Y si no nos encuentran? Sintieron el helicóptero. Pero no lo vieron. Iba por encima de las nubes. Ellas, y todo el Parque Natural de Redes, estaban debajo. “Nos están buscando”. Sí, claro. Las estaban buscando. Mucha gente, de toda Asturias, de todas las fuerzas de seguridad, amigos, desconocidos, familiares… y vecinos de Orlé como Gaspar (con dos prótesis de cadera y una sonrisa siempre en la boca) y su mujer Gloria, que recaló en esta aldea porque eso ye lo que trae enamorarse de un casín y no perdió nunca la esperanza: “Van a aparecer”, repitió durante horas en la cochera de su casa donde todo el dispositivo de búsqueda y los periodistas encontramos un lugar acogedor, un baño, litros y litros de café y un recuerdo para toda la vida.

Mientras, en medio de la nada (o quizás en medio de todo) Eva y Rosi miraban a las cuatro paredes que le daban refugio. Sobre el techo quejumbroso habían colocado un trapo a modo de bandera.  ¿Quién sabe cuántos años que hacía que no paraba allí un pastor? El dueño de un rebaño que decidió que justo allí, donde ellas estaban, a donde habían llegado perdidas, iba a construir con piedras traídas de sabe dios dónde esa cuadra que fue, en las noches frías de Casu, todo un lujo. “Ten cuidado no te mojes” insistía Rosi. Y Eva, que cavilaba todo lo que creía que estaban haciendo sus hijas Natalia y Vanessa para buscarla (no falló), se metía para dentro no sin antes soltar un último silbido. Así durante 48 horas. Hasta que el sonido de su pito tuvo respuesta. Pensó que era un espejismo auditivo hasta que se repitió la respuesta. Dice que nunca, nunca, nunca en su vida había sentido la emoción que sintió en ese momento, en medio de la nada o en medio de todo. En una cabaña entre Orlé y el mundo junto a un río que se llama Infierno.

La joya que tenemos en el Alto Nalón y sus historias que acaban bien merecen un hueco en este Atlas.