Asunción Naves. Presidenta del colectivo Les Filanderes.

Reflexiones  de una vida

Ser consecuente con uno mismo, para poder serlo con el resto, es uno de mis principios fundamentales. Y mirarme por dentro. Cuando no lo hago, siempre por descuido. Cada día, en cada relación, veo la manera inconsecuente en que se comportan algunas personas. Mal interpretan las palabras, se basan en lo negativo en lugar de buscar el lado positivo de las cosas.

Aprendí hace años que es bueno mirar lo que uno cree, lo que uno desea, lo que a uno le molesta del resto, y los actos que uno hace. En mi retorcida mente, no cabe el pensamiento de hacer algo que me molestaría a mí y, mucho menos, recriminarlo a otros después. Y esto lo veo en mi vida, como lo hacen sin parar muchas de las personas que tengo alrededor.

¿Cómo puedes molestarte porque alguien haga algo que tú mismo has hecho y volverías a hacer sin problemas, y no darte cuenta ni siquiera de que lo que te está molestando, tú lo haces constantemente? No cabe, no entra en mi cabeza… tiene un nombre: inconsecuente.

Mirarse de vez en cuando en el espejo, y ver quiénes somos realmente, es un buen ejercicio mental y personal para crecer, para madurar, para empatizar con las personas, y para aprender un principio fundamental: ser consecuente en tus actos, respetar los actos de los demás, y no molestarte por cosas que tú mismo haces.

Sinceramente, la inconsecuencia de las personas siempre me ha superado. Es un sentimiento que debo cambiar por otro, porque no me hace bien a mí misma, pero, por el momento, solo puedo tener la intención y tratar de encontrar la fórmula que me permita no enfadarme con este tipo de actos.

¿Es que las personas inconsecuentes no miran su reflejo, es que no toman conciencia de sus actos? Es evidente que no. Deberían mirar sus ojos y tratar de autoanalizar su personalidad, su forma de hacer las cosas, antes de criticar, molestarse, enfadarse, por algo que ellos mismos hacen una y otra vez… y lo más irónico de todas las personas de las que hablo, es que difícilmente se miran, y rara vez se les pasa por la cabeza que el fallo no está en el resto, si no dentro de ellas mismas. Una pena, pero para ellas comportará una lástima aún mayor. Quizás ahí es donde tengo la respuesta. Quizá en lugar de molestarme por sus inconsecuencias, debería tener pena porque no se conocen ni ellas mismas, y no quieren vez más que la paja en el ojo ajeno. Sí, definitivamente cambiará mi rabia, mi impotencia, por lástima, por pena.

Puerca miseria, puercas manipulaciones de esos personajes y personajillos de la sociedad tanto política como social, que siempre conspiran para hacer ver a los demás lo contrario, llenando los caminos de barro, piedras y piedrecillas, así entorpecen la realidad y no ayudan a trabajar por la sociedad en unos momentos difíciles, por los que se debe trabajar desde todas las instancias.