La cuenca del Nalón se vuelca con la llegada de las familias ucranianas

Llegada de las primeras familias de refugiados ucranianos al colegio San José de Sotrondio. Fotos: Alberto Fernández Zapico.

Sor María Mayo descansaba en su cama en el colegio de las Dominicas de la Anunciata en Kiev cuando una llamada la sacó de su sueño. “Había comenzado la guerra”. Ella partió, junto con otras dominicas, en el convoy de la embajada española escoltada por un operativo del Grupo Especial de Operaciones (GEO) que dirigía el asturiano Pelayo Gayol y en el que también se encontraba Arcadio Noriega al que ya conocía de la evacuación de Kinsasa, en el Congo. En el centro de Kiev trabajaban con niños que, por su cercanía con Chernóbil, pasaban las vacaciones de verano en diferentes puntos de la región. Ese fue el hilo de conexión con Asturias, reforzado por la presencia de Sor Felisa Herrero, quien fue directora del colegio San José de Sotrondio, en el que casualmente estudió Adrián Barbón, presidente del Principado y Arcadio Noriega.

La otra parte de la historia viene de la mano de Liuba Nosenko, quien durante diez años trabajó como voluntaria en el centro de las dominicas de Kiev encargándose de contactar con las familias de los niños y gestionar sus vacaciones de verano en Asturias. Y, para ello, fue fundamental el grupo de WhatsApp que las familias ucranianas compartían de sus vacaciones en Asturias. Una tecnología que les permitió comunicarse para reunir en la ciudad de Leópolis, cercana a la frontera de Polonia, al primer convoy de evacuación. A partir de ahí, fue la ONG Expoacción la encargada del traslado de los refugiados hasta Sotrondio.

Autobús de refugiados a su llegada a Sotrondio. Fotos: Alberto Fernández Zapico.

Mientras tanto, en la Cuenca del Nalón, se comenzaba a fraguar un tsunami de solidaridad. La primera en coger el testigo era Covadonga Fernández, la última directora del Colegio San José de Sotrondio. “La ONG necesitaba conocer las instalaciones para saber si podían albergar a los refugiados y yo era la que tenía las llaves”. El lugar les sirvió, pero al llevar dos años parado había que volver a ponerlo todo a punto. En ese momento comienza una cuenta atrás, a tan sólo unos días de que llegaran los primeros 45 refugiados.

Una llamada al ayuntamiento fue lo único que se necesitó para que el consistorio de San Martín enviase a sus operarios. Otra llamada a la antigua empresa encargada del mantenimiento de la caldera demostró que la solidaridad va antes que el negocio pues “en cuanto supieron para qué se ponía en marcha el centro trabajaron de manera gratuita”. El proveedor de gasoil, por su parte, rellenó el depósito a precio de coste. Y, la primera factura que se generó, fue sufragada gracias a las donaciones de las monjas y de los vecinos.

Fotos: Alberto Fernández Zapico.

Sin embargo, el centro que sería la casa de las familias ucranianas estaba prácticamente vacío ya que, tras su cierre, muchas de las cosas de menaje que había se donaron a otras asociaciones. El primer llamamiento a la población civil, artífice de este río de solidaridad, fue más que un éxito. “Nos desbordaron. Pedimos por la mañana y, por la tarde, ya tuvimos que decir que no trajeran más. Que no revolvíamos”. Con todo, había que ponerse a clasificar y a organizar. Una segunda llamada demostró que la cuenca minera “da tira” cuando se necesita. Y es que, alrededor de 300 voluntarios – algunos llegados desde otros puntos de la región – se pusieron a disposición de la organización para trabajar desinteresadamente. Los pocos enseres que faltaban llegaron del desmantelamiento de un barco de Greenpeace que se encontraba en Gijón y que la ONG puso a disposición de las familias.

Y llegó el día. El 11 de marzo, por la noche, llegaban las primeras familias a las que posteriormente les seguiría un segundo convoy. “Estaban cansados y sin saber muy bien dónde estaban porque algunos solo tenían como referencia Gijón”, explicaba una de las voluntarias. “La ayuda de los ucranianos que viven aquí fue fundamental en ese sentido. Uno, porque nos permitía comunicarnos con ellos para organizar las camas y otro, porque podíamos ofrecerles un lugar de encuentro con alguien que hablaba su idioma. Aunque la verdad, a veces solo bastaba una mirada y ponerse en su lugar”. Pudiéramos pensar que una vez aquí, toda la ayuda que se había prestado se iría, poco a poco, desinflando. Pero lejos de suceder así, comenzó otra ola de solidaridad. Voluntarios para la ayuda en la cocina; alumnos y alumnas de la Escuela de Hostelería de Valnalón que preparan los menús con la comida que se donó para los refugiados; chavales del pueblo y antiguos alumnos del centro que comparten juegos con los niños ucranianos volviendo a dar vida al antiguo colegio; y la administración, que desde un primer momento jugó un papel primordial agilizando trámites burocráticos. Mención aparte el área sanitaria del Nalón que, desde los primeros días, hizo reconocimientos médicos a las familias proporcionando la vacunación en aquellos casos en los que fue necesario.

Niños ucranianos jugando en el patio del colegio.

Los establecimientos del valle del Nalón, por su parte, están participando activamente con la colocación de huchas para donaciones y también con la elaboración de diferentes actividades con fines solidarios como el evento fotográfico desarrollado por Aulav. Además, el conservatorio del Valle del Nalón ha organizado dos conciertos para el 7 de abril y 6 de mayo cuyas entradas, 5 euros, irán destinadas a Expoacción y el colegio San José de Sotrondio. Además, habrá una fila cero.

El 24 de febrero quedará en la historia como la fecha en la que comenzó la invasión y guerra de Ucrania. Pero si dentro de la muerte se puede encontrar algo amable, esta fecha también será el día en que una ola de solidaridad recorrió el valle para abrazar a las familias que huían del terror. A finales de marzo, de los más de setenta refugiados que llegaron al colegio de Sotrondio tan solo permanecían allí 24, 18 de ellos menores. Son, en su mayoría, familias numerosas con sus hijos que poco a poco van encontrando nuevos destinos.