Atlas de Geografía Minera:El kiosco de Cefe y el verano

Los trabajadores de prensa escrita tienen un calendario distinto al del común de los mortales. Y pongo un ejemplo. Como no hay periódico el día 25 de diciembre, porque el 24 no se trabaja, a los plumillas, foteros y talleres les toca descansar en Nochebuena y currar en Navidad, porque sí que hay que hacer el periódico del día 26. Así, cuando todo el mundo tiene fiesta, la rotativa echa a andar. No hay comidas navideñas ni sobremesas que se alarguen ese día para los que tienen que escribir, fotografíar o darle tinta a la actualidad.

Y es una fiesta rara la del día 25 de diciembre porque es una de las pocas (solo hay tres en todo el año: Navidad, Nochevieja y Viernes Santo, ) en que los kioscos, como adaptándose al mundo, también cierran sus puertas. Y nos dejan a los periodistas solos, como perdidos. Es un día raro… Al menos para mí.

Este pensamiento rocambolesco que, seguramente solo sea fruto de mi mente retorcida, se lo conté una vez a Cefe en su kiosco delante de la Iglesia de Sama. Me miró mientras le relataba lo mucho que le había echado en falta el día que descansó y sonrió tímidamente mientras miraba de reojo al montón de periódicos de mi propiedad que reposaban bajo sus pies y que yo no había recogido en 20 días, porque había tenido mucho jaleo o simplemente por pereza. Debió de pensar: “Menudo valor tien esta guaja diciéndome que me echó de menos el día que descansé cuando lleva casi un mes sin pasar a recoger lo que es suyo”.

Y también que los periodistas somos gente extraña.

Tenía mucha experiencia. Muy cerca de su kiosco hubo varios medios de comunicación instalados. Redacciones de periódicos como La Nueva España, que todavía sigue, y  La Voz de Asturias; y radios, desde la mítica Radio Langreo hasta la actual RPA, pasando por Antena 3…

Yo traté con Cefe en los años que gasté huella dactilar tecleando en los ordenadores de La Nueva España, donde, por cierto, conocí a mi “partner of crime” que dirían los modernos en esto de contar historias ilustradas en la contra de La Cuenca del Nalón, el todopoderoso Alfonso Zapico.

Así que, volviendo a Cefe, al kiosquero le tocó aguantar las prisas y la desidia de la profesión periodística durante muchos días. Bueno, vale, la desidia tal vez solo era mía… Porque sí, muchas veces dejé sin recoger en su local los periódicos gratuitos que me correspondían como trabajadora del “periodicolider”. Los diarios se amontonaron a sus pies. No uno ni dos, no… a veces 20…

Cuando por fin me animaba a ir a recogerlos él nunca me lanzaba ni medio reproche, la verdad. Si acaso, buscaba alternativas para desalojar su breve espacio junto a los pies: “¿Y no puede venir alguien a recogerlo por ti?”, me insistió más de una vez. Hasta que lo consiguió. Para alivio de todos.

Cefe tenía el don, silencioso, de ser parte de las vidas de personas a las que el devenir nos llevó alguna vez al centro de Sama. Era lugar de paso pero también de encuentros y tertulias de esas que tratan de todo y lo contrario y se apoyan a menudo en las portadas de los papeles. También en el breve espacio de Braña se hablaba de Sama, de la que fue, de la que es y de la que será…

Fue el sitio donde sabías que podías encontrar fácilmente a Paco el de la Belter y a su hermano Dioni cuando viene de Bélgica, también a Sasi Pardeiro o a Abelardo Canga… A muchos más.

Y fue el lugar que alguna vez nos hizo soñar… Era cuando comprábamos revistas en papel (esas cosas pasaban, ¿os acordáis?). Podía ser un Fotogramas, un National Geographic, un Muy Interesante, un Hola!, un Vogue, o un Jueves… Porque tenerla en la mano nos abría a mundos fantásticos. Y era lo único que importaba.

Sin embargo no es una portada de una revista ni esa ilusión contenida que daba tener un ejemplar impoluto en la mano con la que nos vamos a quedar hoy para despedir a Cefe tras su marcha voluntaria y, de momento, dura.

Será una música.

Si tuviera que ponerle una canción a la despedida de Cefe sería el ‘Verano’ de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi en el delicado disco de sus queridísimos sobrinos Zapico. Es una pieza que conmociona porque realmente sientes venir esa tormenta estival que no te esperabas y las gotas gordas cayéndote en el rostro…