Agosto de encuentros

La pandemia se llevó muchas cosas de la barriada. Las fiestas multitudinarias (de momento, porque estos años pandémicos  todo el mundo sabe que están sirviendo para que la Asociación de Festejos y Rutinas de San Romualdo esté acumulando más y más dinero para gastar en el futuro), los viajes a tierras lejanas, las aglomeraciones en la panadería de Suni (cosa que la panadera agradece sobre manera) y la certidumbre de hacer planes más o menos a largo plazo. Pero este COVID-19 que no olvidaremos en la vida también trajo consigo cosas que no imaginábamos en ningún lado y menos  en la barriada minera de nuestros protagonistas. ¿Qué cosas llegaron con el coronavirus al barrio? Pues las mascarillas, los geles hidroalcohólicos, las colas de a uno y bien formalinos en la panadería de Suni y los turistas.  Ese especímen de humano común que ya el año pasado dio señales de vida por el entorno y que este año ha llegado, al parecer para quedarse, en forma de niño con ancestros mineros en la zona.

Así es que en el pueblo, acostumbrados los guajes a campar a sus anchas por ser pocos y bienavenidos (o no), este segundo verano del segundo año de pandemia, lo han tenido que compartir con unos cuantos más llegados de fuera. Son los nietos y sobrinos de gente que, en otras vidas, vivió en la barriada pero que ahora casi siempre por motivos laborales  lejos, en sitios remotos como Gijón,  Barcelona, Madrid, Londres, Berlín o Avilés. Hasta hay dos neñes, las nietas de Chema, que, llegadas de Boston, se han convertido en toda una atracción para el pueblo, porque son mulatas y pelirrojas, de madre de Chicago y padre fiu de Chema el Postiador.

Todos ellos, los guajes residentes en el extranjero pero con sangre minera, han llegado a pasar el verano con el objetivo de gozar de un poco más de libertad de la que tienen en sus lugares de residencia, ciudades  constreñidas por el tráfico y, sí, claro, lo habéis adivinado, también por la pandemia.

Los primeros días, tras la llegada del guajerío foráneo, fueron bastante tensos. Los del pueblu miraban para los nuevos que a su vez miraban para unas pantallas de móvil en silencio. Y solo faltaban que entre unos y otros corriera, con el viento una bola de paja de las de las pelis del Oeste.

-¿Qué faen? -decía un rapaz de la barriada.

-¡Qué se yo! -añadía otro.
El balón de estos, de los de casa, alucinados como estaban por toda la gente desconocida, apenas se había movido del suelo. Y fue precisamente eso, la ausencia de sustos con la susodicha pelota y  el cristal de su casa lo que hizo a Flor salir a la ventana.

-¡Ay madre! ¿Pero bueno, chavales, qué facéis ahí paraos?

-Ye que…

Los guajes del pueblu le explicaron a la vecina que donde estaban sentados dos de los nuevos, era la portería y que claro así no se podía jugar, además, esos neños… ¡eren raros!.

La mujer se asomó más.

-Pero si son los sobrinos del mi Rafa -apuntó al verlos.- Se llaman Pau y Ricard…

-¿Pau y Ricard? -preguntó uno de los neños.

-Sí, ye que son catalanes… -señaló Flor.

-¿Y en qué hablen? -preguntaron los neños.

-¿A vosotros qué os paez?

-¿Y si no nos entienden?

Flor puso los ojos en blanco.

-Prueba a ver- les pidió, – Ya verás como “fútbol” se dice igual en catalán.

Tímidos, los chavales del pueblo hicieron correr el balón hasta llegar a los pies de los dos hermanos que seguían enfrascados en la pantalla, como si no fuera con ellos la conversación. El mayor, después todos supieron que se llamaba Pau y que era un gran portero, levantó la vista al sentir la pelota en sus pies.

-¿Jugáis? -le dijo el niño que había lanzado la bola. Pau y su hermano se miraron y se encogieron de hombros.

-¡Vale!

-¡Nos entendieron, Flor! -gritaron y la vecina, asomada a la ventana sonrió.

Y fue así  con una pelota roñosa y todo el tiempo del mundo, como aquel verano de segundo de pandemia en la barriada se llenó de voces infantiles e historias para recordar todo el invierno (seguramente toda la vida). Solo hubo uno al que este campamento estival que se montó en el barrio le sentó mal. ¿Ya saben quién? Efectivamente, el cristal de la ventana de Flor.

-Eso pásate por animar a los guajes a jugar a la pelota aquí, mira que te lo tengo dicho… -le espetó una tarde su vecina Petro.

-Calla la bocona, repunante. -concluyó.